5.12.2005

Opinión

Ciudadanos de segunda

Johan Eimeric

Decía el genial humorista Jerry Seinfeld que a los niños no les importa que les echen de los sitios, porque ya están acostumbrados. Cualquier adulto se atreve a amonestarles, incluso en presencia de sus padres. Viven en un mundo dispuesto a juzgarles continuamente por su falta de conocimientos, su inmadurez y su dependencia.


La falta de capacidad legal de los menores les priva automáticamente de ciertos derechos fundamentales. La Declaración de los Derechos del Niño, a pesar de sus buenas intenciones, ha creado dos castas, los mayores y los menores, separadas por una fecha arbitraria. Una de ellas ejerce una dictadura, normalmente benévola, sobre la otra: no parece la mejor forma de educar en valores democráticos.

Internet y los teléfonos móviles dan una inusitada capacidad de organización a nuestros ciudadanos más jóvenes, y no serán fáciles de contener. Hasta ahora, el tiempo parecía la mejor solución: sus líderes acabarán pasándose al otro bando cuando llegue el momento. Pero empiezan a aparecer indicios de una rebelión en toda regla: violencia contra los maestros, manifestaciones en la calle, bandas juveniles, robos en grupo...

Y vuelven los comentarios sobre la pérdida de respeto hacia los mayores, la mala educación, con nostalgia de los métodos del pasado, incluso de la enseñanza religiosa. Pero volver a ellos sería tan inútil a largo plazo como lo ha sido siempre. Hay un asunto de fondo al que hay que enfrentarse sin condescendencia paternalista: la igualdad de todos los ciudadanos, independientemente de su edad. Una persona debe sentirse un elemento respetado en la sociedad desde su nacimiento.

Hace un par de años, hubo una tímida iniciativa en Alemania para impulsar el voto infantil, delegado en los padres, una propuesta tan lógica como modesta. La respuesta política fue mínima, así como el eco en los medios informativos tradicionales, dirigidos principalmente a la mediana edad. Espero que Kindsein ayude a cubrir ese vacío, y contribuya así a que esta gran revolución pendiente para el siglo XXI sea lo más suave posible.