El poeta satírico Juvenal, en el siglo I, en su Sátira Diez, describía "el pan y los circos" (panem et circenses) como los objetivos del pueblo romano.
En el siglo XXI, los deportes son los nuevos circos, capaces de congregar a decenas de miles de personas en vivo y a decenas de millones por televisión en directo.
En 1997, se publicó en España la Ley 21 de 3 de julio, reguladora de las Emisiones y Retransmisiones de Competiciones y Acontecimientos Deportivos. Este año el Mundial de fútbol va a emitirse por una nueva cadena sin cobertura nacional: la oposición ya ha presentado una proposición no de ley en el Congreso para que se solucione inmediatamente. Sólo una hambruna, impensable en Europa, se trataría con la misma celeridad que el acceso al fútbol.
No es este el lugar para tratar el fenómeno en profundidad, pero no seré yo quien critique el deporte que más hemos disfrutado de pequeños: el único al alcance de todo el mundo, el más tolerante a la falta de espacio, de medios o de jugadores.
Incluso a nivel profesional, el fútbol es uno de los pocos deportes en los que compiten equipos de distintas categorías. En 2001, el Figueres, un equipo de tercera división, eliminó al Barcelona, hoy mejor equipo del mundo, de la Copa del Rey. Y volvió a ocurrir el año siguiente frente al Novelda, también de tercera. Ese mismo año, el Real Madrid empezó su eliminatoria perdiendo con el San Sebastián de los Reyes, de cuarta división, aunque se recuperó después.
Son sólo casos aislados, pero demuestran que hay ocasiones en las que hay algo más que la suma de las calidades individuales de los jugadores y el entrenador. Y ese algo suele llamarse "espíritu de equipo", cuando los individuos confían más en sus posibilidades conjuntas que en las individuales. Es un suceso raro en general, pero más aún en ciertas culturas.
En los EE.UU., previsible equipo revelación del Mundial, y donde el fútbol (allí 'soccer') es un deporte minoritario, se fomenta el espíritu de equipo desde la más tierna infancia. En España, los grandes éxitos deportivos quedan, si acaso, para los deportes individuales. A pesar de tener una de las ligas futbolísticas más importantes del mundo, hay una broma recurrente de si llegará el equipo a cuartos de final en el Mundial de fútbol.
Es difícil aventurar una correlación entre el espíritu de cohesión nacional y el resultado en esta competición mundial. ¿Pasaría un montenegrino a un serbio, en lugar de intentarlo él mismo, si eso aumentara la probabilidad de marcar gol? Cada partido está formado por decenas de decisiones de ese tipo.
Afortunadamente, no hay todavía una selección europea de fútbol. Sus resultados podrían ser desesperanzadores, y totalmente desproporcionados a sus capacidades. Así ocurre ya con otros proyectos que requieren una cooperación transnacional, como la educación, la cultura y la investigación, por mencionar sólo los más perjudiciales para el bienestar común a largo plazo.
Y uno de los más importantes es la Constitución Europea. En lugar de plantear un texto básico y simple desde cero, y someterlo a referéndum en las próximas elecciones del 2009, se va a intentar aprobar el proyecto actual antes de esa fecha. Será un flaco favor para el "espíritu de equipo" europeo. Quizá haya que empezar por lo básico: la fundación de algún partido paneuropeo del que salga el futuro presidente de la Unión Europea, elegido por sufragio universal.