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Número Doce.   12.06.2006

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Opinión

Delincuentes por necesidad

Johan Eimeric


España parece haberse convertido en un país de delincuentes juveniles, un grupo de infractores reincidentes del artículo 270 del Código Penal:

"[...]
La misma pena [prisión de seis meses a dos años o multa] se impondrá a quien intencionadamente importe, exporte o almacene ejemplares de dichas obras [literarias, artísticas o científicas] o producciones o ejecuciones sin la referida autorización [de los autores].
[...]"

Sin embargo, hay un tipo de copia legal: la copia privada. Requiere una compensación económica (el canon), que desde hace años va incorporada en el precio de los medios y soportes para la grabación. Según la Sociedad General de Autores y Editores, "es obvio que cada vez que se hace una copia de un disco para uso privado, se deja de vender un ejemplar del mismo, por lo que hay que compensar de alguna manera a los titulares de las obras contenidas en el mismo, por los ingresos que dejan de percibir": un ejemplo de lógica interesada.

Aunque ya ocurría desde hace tiempo con los medios analógicos, la llegada del soporte digital, con copia siempre perfecta, y su distribución por Internet, preocupa más a los autores y productores. Recientemente se ha solicitado la ampliación del canon por copia privada a los equipos informáticos y a las comunicaciones, ante la imposibilidad de encerrar o multar al 23% de los hogares españoles conectados a Internet (los que descargan música según la AETIC). Ni siquiera se ha llegado a procesar nunca judicialmente a los muchos autoinculpados que han querido poner la ley a prueba.

Por otra parte, la venta de música por Internet sigue creciendo. La semana pasada, Shakira consiguió con "Hips don't lie" llegar al número uno de las ventas digitales con 266.500 descargas. Si el canon llegara a generalizarse, podría darse la paradoja de pagar tres veces por la distribución: cuota de conexión a Internet, canon por comunicaciones y canon por grabación en CD.

Y eso que el precio de la música no ha bajado al prescindir de los costes de distribución y reproducción. Un disco puede incluso resultar más caro comprándolo digitalmente, canción por canción, que en formato físico. Esto significa que probablemente se está aplicando el mismo sistema de las líneas aéreas: intentar cobrar el máximo a cada cliente.

Si se ha llegado a esa situación, quizá haya que considerar las descargas de Internet como equivalentes a los vuelos a bajo coste: menos cómodas pero iguales en todo lo demás. Los autores y las discográficas parecen comportarse como pequeños monopolios, fijando precios donde no puede haber competencia, como es la creación artística.

Lo peor de esta situación es que afecta a uno de los sectores menos favorecidos económicamente, los adolescentes. La música es uno de sus productos de primera necesidad. La buscarán donde puedan, y no sólo gratis, sino incluso pagando a empresas de países más permisivos (p. ej. AllOFMP3, en Rusia) si el precio es razonable.

Confiemos en que el Estado llegue a ver el problema globalmente, y no sólo con la perspectiva mercantilista de los grupos de presión. Si no lo hacen, seguirán criminalizando indiscriminadamente, algo que no ayuda a aumentar la confianza de los futuros ciudadanos en las leyes.

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