Opinión
El arte del buen comer
Antonio Lorenzana Bermejo
Aconseja el sabio Dalai Lama: “Ama y cocina con absoluto derroche”. Y eso
es, precisamente, lo que han estado haciendo, lo que han estado enseñando a
hacer, estos días atrás los grandes maestros de la cocina de medio mundo en el
Palacio Municipal de Exposiciones y Congresos, en la V Cumbre Internacional de
la Gastronomía, Madrid Fusión 2007. Este año, bajo el lema “La vuelta al
mundo en 101 productos”, y con China como país invitado, se han propuesto
rendir homenaje al verdadero fundamento de la cocina: la materia prima.
Hay quien verá en un certamen de este tipo, más un espectáculo de prestidigitadores
e ilusionistas que una verdadera demostración de lo que realmente se cuece en
las cocinas de nuestras casas. También es cierto que alguno de ellos, con más trazas
de trilero que de chef de cocina, y aprovechando el tirón, vende gato por
liebre a precio de angulas. Pero, pormenores aparte, de lo que se trata no es
de aprender a ser Arzak o Martin Aw Yong, uno de los más prestigiosos cocineros
de Asia; sino de comprender la importancia que los alimentos tienen en nuestra
vida y, sobre todo, que no hay un solo modo de comerse una manzana; que las
posibilidades que nos brinda cada alimento no tiene más límite que nuestra
propia imaginación.
Todos estos artistas de los fogones, en especial Ferrán Adrià y su equipo de
colaboradores, han aportado en los últimos años grandes avances en el modo de
concebir la cocina, en el modo de tratar, de mezclar, de cortar, de combinar,
de transformar y de presentar los alimentos respetando lo mejor de cada uno de
ellos. Han hecho posible que el mundo de las sartenes y las cazuelas se
beneficie, como lo han venido haciendo hasta ahora las telecomunicaciones, la
informática, la automoción, la medicina… de los avances de la ciencia y
de la tecnología.
En los mercados de hoy en día es fácil encontrar alimentos procedentes de casi
cualquier rincón del mundo. Verduras, frutas, conservas, carnes, pescados,
bebidas… de los que hace sólo unos pocos años no habíamos ni oído hablar,
están ahora al alcance de nuestras manos y de nuestros bolsillos. Y lo que
debemos aprender de los grandes maestros es a perder el miedo a todo lo nuevo,
a los productos que nos llegan de otros pueblos, de otras tierras, de otros
mares. Perder el miedo a mezclarlos con nuestros productos de toda la vida, a
sustituir unos por otros según se nos antoje y convenga a nuestro plato, a
nuestro gusto, a cada necesidad.
No es algo nuevo, ya lo hicieron en su día
nuestros antepasados, cuando llegaron a Europa productos como el tomate o las
patatas y que hoy consideramos productos muy de nuestra tierra. Y es que,
abramos de una vez los ojos: tierra, en realidad, no tenemos más que una y, tal
vez, quién sabe, si aprendiendo a disfrutar de los sabores de todos los
productos que nos ofrece, aprendamos a amarla sin importarnos ni en lo más mínimo
lo muy lejos que pueda estar de nuestra casa.
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