Julio/Agosto de 2007, nº 22
Niños de diciembre
Cuatro huérfanos han pasado su infancia esperando a que alguna de las familias visitantes se los llevara a casa.
Cuatro generaciones
En esta conmovedora y entretenida historia conviven cuatro generaciones de hombres, unidas para cumplir la última voluntad del excéntrico abuelo.
Prodigio al piano
Matt Savage estaba a punto de cumplir 14 años cuando grabó este disco con su trío.
Vida fácil con niños
Ha acabado el curso, en el que más de una vez has tenido que ir sin aliento a buscar
a tus hijos al colegio, a ballet o a la piscina. Eso es porque todavía no has leído este libro.
Cambia el "chip"
Las vacaciones son un buen momento para replantear el rumbo de nuestra vida. Este libro, además de divertido, enseña a poner orden en el caos creado a nuestro alrededor.
Tarde de toros en Barcelona
A los niños, lo que no puedes darles es contradicciones. Después crecen como veletas.
Curioso espectáculo el que se vio el pasado 17 de junio, en Barcelona. Una ciudad que se había proclamado a bombo y platillo contraria a las corridas de toros y en favor de los derechos de los animales. Y, de la noche a la mañana, la ciudad se pone la proclama por montera; y donde dije digo, digo diego, y se pasa los derechos de los animales por el forro del capote celebrando una corrida de toros en La Monumental.
Lo que aquí ocurre es lo de siempre, que en el diccionario de estilo de los políticos, la palabra ética parece no existir y la mentira aparece como sinónimo de “yoquisedecir”; y como hacen con otros muchos asuntos, como el terrorismo de ETA, las misiones “humanitarias” del Ejército, las leyes de ahora quito y ahora pongo en materia de educación… cualquier cosa sirve como arma arrojadiza entre partidos.
El domingo se necesitó a un centenar de policías para evitar enfrentamientos entre partidarios y detractores del toreo. Los nacionalistas catalanes, a quienes el toro les importa un bledo, son “antitaurinos” porque el toreo es la Fiesta Nacional de los españoles. Y allí estaban también los ultranacionalistas catalanes, con sus cabecitas obsesas, su “ombligofilia” y sus banderitas independentistas, del lado de los mal llamados “antitaurinos”, los únicos a los que de verdad les importa la suerte del toro.
Al otro lado de la barrera policial, entre las 18.000 personas que asistieron a la corrida, estaban los nacionalistas españoles, a quienes el toro también les importa un pimiento. Para ellos, celebrar una corrida en Barcelona es como saltar por las picas de Flandes, una ocasión para restregar por los hocicos de los “separatistas catalanes”, que Cataluña también es España; como si todos los catalanes fuéramos independentistas y no supiéramos de geografía. También estaban allí los “ultraespañolistas”, con sus cabecitas al cero patatero y de amor patrio, henchido el corazón; con sus banderitas españolas, como si España fuera su finca y la bandera española la pegatina de su club privado. Allí estaban, como siempre, insultando, amenazando y haciendo cortes de mangas a los cientos y cientos de manifestantes contra las corridas de toros. Manifestantes, dicho sea de paso, que, como tantas otras veces, perdían su noble razón por la boca: no se puede defender la vida del toro gritando que muera el torero. Se supone que los bestias son ellos, ¿no?
Después está el motivo económico. Se trata de fomentar “un negocio” que da muy buenos dividendos. España, destino turístico: alcohol a buen precio, leyes de manga ancha, sexo fácil y toros. La nobleza española, con la Casa de Alba al frente, patrocina la Fiesta Nacional.
Pero a lo que yo iba: lo que resulta completamente estúpido e hipócrita es pretender inculcar en las nuevas generaciones el respeto al medio ambiente y a los derechos de los animales, mientras se llena la ciudad de carteles con crueles escenas taurinas. No es normal que un niño pueda encender la televisión cualquier tarde, a la hora de la merienda, y pueda ver con todo lujo de detalles como banderillean, pican, marean, atraviesan con un estoque y rematan en el suelo con puntilla a seis o siete animales mientras la gente aplaude y jalea. Y si no lo vieron en directo, porque los padres tuvieron cuidado de que no lo vieran, ya lo verán el fin de semana en “prime time”, en “Tendido Cero”, en la Televisión pública, la que todos pagamos como de interés general; y si no, a la hora de las noticias, en casi cualquier canal de televisión.
La ministra de Cultura, Carmen Calvo, que también disfrutó de la corrida -¡salud!-, asegura que el toreo es cultura. Quizá tenga razón. ¡Ojalá! En uno de los países de la Unión Europea con mayor índice de fracaso escolar y con la peor calidad de enseñanza, gozar de una buena dosis de cultura en forma de tauromaquia ya es algo. Es más, podría ser una muy buena solución para elevar el nivel cultural del país: cerremos, señora ministra, colegios, institutos y universidades, y abramos más escuelas taurinas: miles de escuelas taurinas: cuanto más toreros seamos, más cultura tendremos. ¡Que no sé diga!
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