Opinión
Año nuevo, errores viejos
Antonio Lorenzana B.
El final de un año y el estreno de uno nuevo suele ser un buen momento para reflexionar sobre el rumbo de nuestra propia vida y para marcarse nuevos propósitos personales: estudiar idiomas, ahorrar para un proyecto, dejar de fumar, comer más sano o ir al gimnasio al menos tres veces por semana…
Nuestros niños disponen en Navidad de unos quince días de descanso
escolar para asistir a un esperpéntico curso acelerado de
insolidaridad; de consumo irracional; de alegre despilfarro colectivo;
de descontrol absoluto en el comer y en el beber; de pedigüeñería
aprendida a machamartillo por gentileza del centenar largo de anuncios
de televisión que se les cuela a diario por los ojitos; de angustia y
ansiedad inyectadas por la propia familia con el legendario “si te
portas mal, no te traerán nada los Reyes”; pero, mira tú, que las
mentiras tienen las patas muy cortas, y que al final resulta que todo
el monte es orégano, porque aunque he sido malo, me han traído regalos
sin ton ni son. En Navidad, los niños tienen un curso acelerado donde
aprenden a medir el amor de los padres por la cantidad de dinero que se
gastan en sus juguetes… en fin: un verdadero master en gazpachuelos de
principios y valores que, sin duda alguna, entra en conflicto con todo
lo que se les intenta enseñar el resto del año.
En efecto, en un mundo en el que, según la Organización de las Naciones
Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), 800 millones de
personas sufren las consecuencias de la desnutrición crónica, nos
permitimos enseñarles a nuestros hijos que, con el pretexto de una
celebración, uno puede comer hasta caer enfermo; que se puede uno
exceder a base de bien con la bebida; que se puede tirar a la basura la
comida que sobra porque más vale que sobre que no que falte, y
¡alegría, alegría, que mañana es fiesta y al otro, también! Claro que,
nuestros políticos tampoco se quedan cortos: La reciente II Cumbre
Mundial contra el Hambre, que fue un anunciado y carísimo fracaso, se
clausuró dos horas antes de lo previsto para que los bien nutridos y
mal avenidos “cumbristas”, pudieran ver tranquilamente el partido de
fútbol “Italia-México” por televisión. ¡Ni guardar las formas saben,
mire usted! ¿Se habrá parado alguno de ellos a pensar que en esas dos
horas de negociaciones cobradas y no trabajadas murieron más de mil
setecientas personas de hambre?
Otra de las lecciones que les enseñamos en estos días a nuestros niños
la protagoniza el Arbolito de Navidad: Triste imagen la de un niño
acompañando a su padre a tirar al contenedor el árbol que compraron un
mes antes. Árboles de usar y tirar. ¡Una bonita lección de Naturales en
un país que galopa hacia la desertización!
Y lo del papel, que también lo arrancamos de los árboles, no tiene
nombre. Envolver millones de regalos en toneladas y toneladas de papel
de colores sólo para ser torpemente rasgados, arrugados y tirados a la
basura en menos de un minuto, eso sí, con una nerviosa sonrisa de
emoción en la cara. Reciclar, no se recicla todo, apenas un 55 % del
que gastamos y, además, hacerlo, supone un gasto energético que bien
podría utilizarse en otros menesteres. Por su parte, los cartones de
los embalajes, en su gran mayoría, terminan en las incineradoras.
No menos absurda es la avalancha de juguetes que reciben nuestros niños
en un solo día, cuando los expertos recomiendan que no sean más de tres
o cuatro. Los pobres chiquillos quedan sumidos en la más absoluta
insatisfacción, como siempre que uno consigue todo lo que desea por la
cara bonita. Los niños se sienten incapaces de concentrarse en un juego
antes de abandonarlo para jugar con otro. Exactamente todo lo contrario
que se pretende conseguir con un juguete.
Y no seamos ingenuos, que no se trata de no consumir. Los pilares de
nuestro mundo se asientan en el consumo. Cuando baja el consumo, bajan
las bolsas, baja la confianza empresarial, llegan los despidos, se
genera pobreza y conflictos sociales. No se trata de no consumir. Se
trata de hacerlo con sentido común, con responsabilidad e inteligencia,
con respeto a la vida y a la Naturaleza. En fin, con un claro
propósito, el propósito que podríamos plantearnos alcanzar en este
principio de año: el de un consumo sostenible y, aunque sólo sea en lo
imprescindible, que llegue para todos.
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