Como un perro
Johan Eimeric
Alba, una niña de cinco años, se encuentra en coma después de una
paliza. En este caso, la "corrección" que el Código Civil español (Art.
154) autoriza a los padres no ha resultado "moderada y razonable". Sin
embargo, no se han oído voces pidiendo la eliminación absoluta de la
violencia infantil.
Se ha intentado explicar la cadena de errores humanos e institucionales
que ha dejado indefensa a esta niña, pero realmente la vulnerabilidad
de los menores va mucho más allá de su relativa debilidad física. Si
los protocolos de actuación van a empezar sólo cuando haya lesiones
graves, se evitarán sólo los casos de vida o muerte. Pero hay muchos
más.
Es imprescindible una prueba para llevar un vehículo de motor o
utilizar una arma, y sin embargo la paternidad se deja en manos de
cualquiera. Ni siquiera hay una ligera referencia en la educación
básica, muy extensa en conocimientos abstractos de dudosa utilidad. Se
espera que el instinto se baste por sí mismo, cuando los dieciséis años
de educación obligatoria sugieren que no todo es precisamente innato.
¿Cuánta violencia instintiva sigue cultivándose en la intimidad de los
hogares? ¿Cuántas bofetadas "a tiempo" podrían convertirse con algo de
mala suerte en traumatismos cerebrales? Si el límite legal se va a
encontrar en la sala de urgencias, los padres violentos tienen
demasiado margen de maniobra.
Si todo sigue así, quizá los niños deberían solicitar el mismo
tratamiento que los animales de compañía. Por ejemplo, en la Comunidad Valenciana ya
hay una ley que, en su artículo 4º, prohíbe "maltratar a los animales o
someterlos a cualquier práctica que les pueda producir daños o
sufrimientos innecesarios o injustificados". La cárcel podría ser un
castigo demasiado lejano, y resultaría más práctica la imposición de
multas ejemplares.
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