La semana pasada se estrenó el musical Mary Poppins
en Londres, producido por Cameron Mackintosh (de la compañía Disney).
Hay críticas para todos los gustos, pero hay algo sorprendente: no se
permite la entrada a niños menores de tres años y no es aconsejable
para los menores de siete. Dicen que el motivo es que el musical es más
«oscuro» que la película y que dura demasiado (dos horas y 55
minutos).

En una crítica del New York Times
del pasado domingo, Ben Brantley decía que parece que hayan hecho
esfuerzos para que la protagonista, Michelle Kelly, se parezca a Joan
Crawford con «su sonrisa sufridora y sus ojos febriles». La escena de
la película en la que Poppins y Bert pasean por un colorido y brillante
paisaje dibujado es muy distinta en el Prince Edward Theater. Allí la han transformado en una
escena gris en la que los protagonistas deambulan entre estatuas
clásicas plateadas y semidesnudas que se ponen a bailar «con abandono
pagano», según Brantley.

Faltan también escenas memorables, como
aquella en la que toman el té mientras flotan en el techo con la risa contagiosa. Y hay otras variaciones,
como Winifred, la madre de Jane y Michael, que en el musical no es una
feminista sino una mujer tímida que dejó su trabajo para cuidar a la
familia. «Aunque dure casi tres horas, “Mary Poppins” no es un
aburrimiento. Pero tampoco es un alegre placer», dice Brantley.