Jonathan Swift pasó a la historia de la literatura, sobre todo, por Los viajes de Gulliver (PDF, 772 KB),
un libro para mayores que les encanta leer a los más pequeños. Pero
también fue autor de otras obras maestras como esta de humor negro y de
larguísimo título: Una modesta proposición para evitar que los niños de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público.
En este texto irónico, Swift propone que los niños irlandeses de
familias pobres sean vendidos como carne para mejorar la dieta de los
ricos, y con ello beneficiar a todos los sectores sociales.
A modest Proposal. Project Gutenberg.
Primeros párrafos de Una modesta proposición:
«Es
un asunto melancólico para quienes pasean por esta
gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de
las cabañas atestados de mendigos
sexo femenino, seguidos de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e
importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en
condiciones de trabajar para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a
perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos
infantes: quienes, apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o
abandonan su querido país natal para luchar por el Pretendiente en España, o se
venden a sí mismos en las Barbados.
Creo
que todos los partidos están de acuerdo en que este número prodigioso de niños
en los brazos, sobre las espaldas o a los talones de sus madres, y
frecuentemente de sus padres, resulta en el deplorable estado actual del Reino
un perjuicio adicional muy grande; y por lo tanto, quienquiera que encontrase
un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y
útiles del estado, merecería tanto agradecimiento del público como para tener
instalada su estatua como protector de la Nación.
Pero
mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los niños de
los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tendrá en cuenta el número
total de infantes de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan poco
capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.
Por
mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante
muchos años sobre este importante asunto, y sopesado maduradamente los diversos
planes de otros proyectistas, siempre los he encontrado groseramente
equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño
recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna y
poco alimento más; a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su
equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir ciertamente mediante su
legítima ocupación de mendigar.
Y es exactamente al año de edad que yo propongo
que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga
para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto
de sus vidas, contribuirán por el contrario a la alimentación, y en parte a la
vestimenta, de muchos miles.
Hay
además otra gran ventaja en mi plan, que evitará esos abortos voluntarios y esa
práctica horrenda, ¡cielos!, ¡demasiado frecuente entre nosotros!, de mujeres
que asesinan a sus hijos bastardos, sacrificando a los pobres bebés inocentes,
no sé si más por evitar los gastos que la vergüenza, lo cual arrancaría las
lágrimas y la piedad del pecho más salvaje e inhumano.»
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