«A mis hijos, cuando yo muera: Escribo estas líneas al cumplir los
ochenta años. Persisto en mis ideas librepensadoras de siempre. Desde
muy joven he vivido fuera de toda comunión religiosa y en un feliz
hogar librepensador os habéis educado. Enterradme civilmente. Si a
última hora la pérdida de la razón o cualquier acto de fuerza me
arrancara declaraciones contrarias no las respetéis; no representará mi
voluntad consciente y libre.
Que mis restos reposen, si es posible, al lado de los de vuestra
santa madre. Murió fuera de toda religión positiva y se enterró
civilmente. Nuestra religión se cifraba en una gran rectitud de
conciencia, en el culto del bien, de la familia, de la ciencia, de la
libertad, de la justicia y del trabajo. Hicimos todo el bien que nos
fue posible; no hicimos a sabiendas mal a nadie».
Lo anterior es un fragmento del testamento de Odón de Buen y del Cos (1863-1945), naturalista, científico y publicista. Tanto el testamento, escrito el 18 de noviembre de 1943, como los siguientes dos párrafos figuran en sus memorias.
«Debía huirse de mezclar a los niños en manifestaciones partidistas
y de hacerles aprender discursos, artículos o cuentos de memoria; que
de las luchas humanas crueles, inspiradas por el egoísmo o por la
intransigencia, no se debía ni hablar. Una atmósfera de bondad debía
rodear al niño en la escuela, conducir su inteligencia y guiar, educar
y fomentar su voluntad con riendas de seda en vez de emplear
cadenas de acero».
Su primer maestro fue un antiguo sargento de artillería. El sistema
pedagógico del momento, según dice De Buen en sus memorias, era
deplorable:
«Lecciones de memoria repetidas a coro con un tonillo agudo; un gran
mapa de España en un plafón de la sala; cuadros de Historia Sagrada en
las paredes, cartapacios llenos de borrones y de mugre; algunas
cuartillas que deshojábamos enseguida; tres horas de prisión por la
mañana y tres por la tarde».
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