En casa, Emily era una niña perfectamente normal. Pero cuando estaba
con otras personas que no fuesen sus familiares más cercanos, no
pronunciaba ni una sola palabra. No lo hizo ni en el Jardín de
Infancia, ni en preescolar. No participaba en las actividades de clase,
ni siquiera en la solitaria tarea de pintar. Y cuando iba al pediatra,
jamás miraba a los ojos a las enfermeras o al médico. Y salía corriendo
de los columpios si se acercaba otro niño. Los maestros no sabían qué
hacer con ella. Su madre preguntó a algunos expertos hasta que un día alguien le dijo que podía tratarse de mutismo selectivo.

Hace 15 años, a esta alteración se le llamaba mutismo electivo. El
silencio de estos niños era considerado intencionado y manipulador, y
en los tratados de psiquiatría de esa época se les describía como niños
testarudos que se niegan a hablar sólo por llevar la contraria. Otra
creencia popular era que este estado era estrés post-traumático, y que
estos pequeños guardaban el secreto de algo terrible que les había
ocurrido.

La terminología se cambió por mutismo selectivo en la cuarta edición del manual de diagnóstico de la Asociación Americana de Psiquiatría.

La mayoría de investigadores cree ahora que el mutismo selectivo se
debe más al temperamento que a las influencias ambientales. Hasta hace
poco, se creía que era extremadamente raro, y que afectaba a un niño de
cada 1000. Pero un estudio publicado en el 2002 en el Journal of the American Academy of Child and Adolescent Psychiatry afirmaba que eran 7 de cada 1000. Es decir, el doble que el autismo.

Los expertos creen que el mutismo selectivo podría tener algo que
ver con las muchas caras de la ansiedad social, desde el miedo a comer
en público a la agorafobia, pero todavía se sabe muy poco al respecto
y, lo que es peor, pasa muy inadvertido. Los padres de los niños que lo
sufren suelen recibir consejos del tipo: «Hay muchos niños tímidos, lo
superará», como fue el caso de Emily.

Pero los profesores seguían llamando a
su madre. Le decían que no participaba en nada en clase, que
simplemente se sentaba y se ponía a leer un libro. Y lo curioso de estos
niños es que permanecen callados aunque su silencio provoque vergüenza,
ostracismo e incluso castigos. «Se convierten en niños que evitan las interacciones sociales», dijo al New York Times la doctora Elisa Shipon-Blum
de Filadelfia, que ha tratado a cientos de niños con esta alteración.
«No saben cómo relacionarse. Aprenden a evitar mirar a los ojos.
Aprenden a girar la cabeza. Aprenden a no comunicarse».

Los expertos dicen que puede que estos pequeños estén en un estado
de alerta psicológica porque tienen la sensación, real o imaginaria, de
que están en peligro. Algunos psiquiatras recomiendan medicarles.
Muchos casos han sido mejorados con Prozac, y otros antidepresivos de
la clase de inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina.
Pero estos fármacos no benefician a todo el mundo. Emily empezó a tomarlos y
al cabo de unas semanas hablaba. Pero también tuvo problemas de
comportamiento que desaparecieron cuando se retiró el medicamento.

Han funcionado con éxito las terapias cognitivas y de
comportamiento, que consisten en ir exponiendo gradualmente al niño a
las situaciones que le dan miedo. Estas terapias son duras y requieren
que al menos uno de los padres se involucre al máximo. Hay que
suavizarles en camino hacia el exterior.

Los pediatras suelen decir a los padres de estos niños frases de
ánimo como “Lo superará”, pero no es muy realista. Si un niño todavía
tiene ese comportamiento a los siete años, quiere decir que es bastante
grave, y que podría durar para toda la vida. Sue Newman-Mercado tiene
dos mellizas de 23 años con esta alteración. Y junto a Carolyn Miller
crearon la Fundación de Mutismo Selectivo hace más de una década. / Fuente: New York Times (12 abril 2005)

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En el web del Grupo de Mutismo Selectivo hay interesantes documentos en PDF (en español) para informar a pediatras y a profesores, entre otros, sobre esta alteración.