Alec es un vecino escocés de unos 70 años. Con el pelo blanco como
la nieve, de cuerpo inmenso, e increíblemente divertido. Es el abuelo
que todos los niños quisieran tener, y el Papa Noel perfecto. Tiene
13 nietos, hasta el momento. Viene a España a pasar algunas temporadas y se
tuesta al sol mientras su mujer se refugia bajo la sombrilla. Sabe
cuatro o cinco palabras en español, pero se entiende con todo el mundo.
El otro día su hija me dijo: «Se esconde en las esquinas para
controlar las dos calles y en cuanto ve a alguien conocido sale corriendo
hacia él», dijo en tono de broma.

Después de hablar con él, siempre me quedan ganas de que me siga
contando más, porque sus historias nunca se acaban. Dice que lo tiene
todo escrito en un diario: su viaje a Vigo, cuando declaró su ateísmo y
le prohibieron la entrada en todos los bares del pueblo, sus visitas
llenas de anécdotas a San Francisco, Nueva York, Tailandia, Singapur,
… Lleva una cicatriz en la nariz y en la mano. «Fue a los 17 años, un
tipo me intentó matar, se cayó al suelo sobre el cuchillo
y se murió», decía. «Pero yo fui a la cárcel».

Cuando vienen sus hijos, él es quien pasea a los nietos más
pequeños. Dice que les gusta hacer obras de arte en las ventanas con
los dedos llenos de mermelada y azúcar.

Hablando de John Lennon, me dijo un día:

—«Tú te acuerdas de él?»

—Claro que me acuerdo.

—«No, no, eres demasiado joven. Yo estaba allí, en los conciertos,
con mis hijos sentados sobres mis hombros y con un enorme porro en la
mano», decía, como si lo estuviese viendo. «Lennon era un gran tipo. Le
mató un loco, ¿sabes?».