Ayer fui a ver una exposición sobre Los Tracios. Tesoros enigmáticos de Bulgaria,
organizada por La Caixa. Eran un pueblo indoeuropeo muy poco conocido
todavía que habitó las áreas de Bulgaria, Rumanía y norte de Grecia, y
que
vivió su esplendor en los siglos IV y V a.C. En una pared de la sala del CaixaFòrum,
había un texto que explicaba que, siempre que nacía un niño tracio, su
familia se reunía al completo a su alrededor muy apenada por lo
que le esperaba al pequeño, y se ocupaba de enumerar todas y cada una de las
desdichas que le podría deparar la vida. En cambio, cuando se morían,
les despedían con una fiesta y gran alegría, ya que abandonaban el mundo
para ir a un lugar mejor.
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