Hace unos días, El País publicó un artículo
sobre Educación escrito por una profesora de Lengua Castellana y
Literatura de un instituto de Elda, Alicante. Llegar sin aliento al
final del texto es fácil, por lo barroco y por lo denso. Stephen King
dijo en una entrevista para La Vanguardia
que los autores españoles
escriben siempre tratando de demostrar que saben mucho. Se podría
añadir: o tratando de ocultar lo que no saben. El problema está en que
les ocurre lo mismo a muchos profesores, que son los que enseñan (y,
por descontado, a muchos periodistas). Tenemos muchos ejemplos de
columnistas que no dicen absolutamente nada relevante pero que cobran
mucho dinero por rizar palabras. Hacen chicle para los ojos. Y lo normal es
salir de la Universidad pensando que escribir mucho para decir poco es
escribir bien.
Aquí van dos de los párrafos barrocos de la profesora eldense:
«La asignaturización del currículo, el enciclopedismo de los
programas, la actual formación inicial del profesorado, los libros de
texto tradicionales, la rigidez en la distribución de espacios y
tiempos son herramientas tan oxidadas como el morrión que Don Quijote
pretende convertir en celada.»
Glups. No puedo evitar pensar si en clase será igual. Pero en el penúltimo párrafo me quedo estupefacta por partida doble:
«Necesitamos escuelas a la altura de los tiempos, y ello requiere
profundas transformaciones en las estructuras educativas y profundas
reformas sociales. De no hacerlo así, profesores y profesoras
seguiremos desembarcando en las aulas haciendo jurar a nuestros
estupefactos interlocutores que Dulcinea (o la estructura del átomo o
la filosofía de Aristóteles o las ecuaciones de segundo grado o las
rocas sedimentarias o la música de Haydn o el genitivo sajón) es la más
hermosa de las mujeres de la Tierra. Y ellos, nuestros estupefactos
interlocutores, como aquellos mercaderes toledanos a quienes no les era
dado juzgar por sí mismos, oscilarán entre la indiferencia, la burla o
la crueldad.»
La reforma educativa debería incluír las asignaturas: “Claridad de ideas” y “Cómo transmitir un pensamiento sin usar el retruécano“, ya que utilizarlo de forma natural está garantizado en este país.
No es posible facilitar información útil sin hacerlo de forma clara y
concisa, sobre todo en la era de Internet. Deberíamos de dejar de
premiar a los churriguerescos y empezar a buscar a comunicadores y profesores
más acordes con el siglo en el que estamos.
Yo propongo también suspender en las oposiciones a los profesores que utilicen palabras de más de ocho letras (sostenibilidad, interdisciplinariamente, idealización, indiscriminada, etc.) y a los que formen compuestos del estilo de “enseñanza-aprendizaje”.