Ha llegado a este lugar remoto del planeta donde vivimos, por puro
azar, una pareja que vive en ese otro lugar remoto del mundo que
aparece en el mapa de arriba: Nueva Caledonia,
un grupo de islas en el sureste del Pacífico, cerca de Australia y
Nueva Zelanda, que son territorio francés desde 1853. Fue colonia penal
durante unos años (allí enviaban a los comuneros) y después ha vivido
sus más y sus menos. Casualmente, son una pareja de franceses jubilados
que han dedicado toda la vida a la educación de los niños y no tan
niños. Ella era directora de una escuela superior y él ha ejercido
siempre de profesor y, últimamente, de director pedagógico de un
instituto universitario de formación de maestros del Pacífico.

Mientras tomábamos un café, él nos contó algo de la vida allí y de
cómo
muchos franceses se hicieron multimillonarios hace unas décadas con las
minas de níquel (tienen más del 20% de los recursos mundiales conocidos
de níquel). «Conozco maestros que dejaron su oficio y se dedicaron a la
extracción del níquel, y construyeron palacios con piscinas que
llenaban hasta arriba de champán», contaba. Mientras, los indígenas
(kanak) contemplaban el enriquecimiento de los franceses sin obtener ni
un sólo beneficio para ellos. En algunos folletos
turísticos se habla de la convivencia ejemplar entre las distintas
culturas que comparten terreno en Nueva Caledonia, pero la realidad es
algo distinta. Hay tensiones. Y la historia es
bastante triste, porque los europeos no trataron con el merecido
respeto a los que ya estaban allí. Más bien, fue todo lo
contrario. 

Y todo eso afecta también a la educación. En 1980 se alzó
un movimiento independentista kanak. Los
nacionalistas pusieron en el punto de mira a la educación colonialista
que se convirtió en el símbolo del imperialismo francés. Los niños
kanak hablaban cada vez peor su lengua materna y solían hablar en
francés entre ellos. También se vió, de paso, que el uso del francés no mejoraba ni perjudicaba sus logros académicos.

El panorama ha cambiado mucho en los últimos años. En 1998 se
reunieron el primer ministro de Francia, Lionel Jospin, y los
representantes de los dos movimientos políticos principales de Nueva
Caledonia: uno de ellos apoya la presencia francesa y la administración
y el otro lucha por la independencia. El objetivo era conseguir un
documento para cambiar el estado de Territorio de Nueva Caledonia.
Querían pasar de ser un Territorio francés de ultramar a ser un
territorio autónomo con un nuevo concepto de soberanía compartida con
Francia. Era la primera vez que se conseguía algo así en la historia
legal y constitucional francesa.

Se llamó Acuerdo de Nouméa (Accord de Nouméa), en el cual se
decidió, entre otras cosas, que: “Les langues kanakes sont, avec le
français, des langues
d’enseignement et de culture en Nouvelle-Calédonie. Leur place dans
l’enseignement et les médias doit donc être accrue et faire l’objet
d’une réflexion approfondie”. (Las lenguas kanakes son, con el francés,
lenguas de enseñanza y cultura en Nueva Caledonia. Su lugar en la
enseñanza y los medios de comunicación debe pues aumentarse y ser
objeto de una reflexión profunda).

Se han ido multiplicando las escuelas populares
Kanak y en muchos centros se enseña en kanak. Significó un gesto de
respeto hacia la lengua materna de los niños. No obstante, el
bilingüismo en la escuela no es un tema en el que todos estén de acuerdo. Unos
creen que es un importante logro mientras que otros opinan que es
un problema. Nuestro nuevo amigo nos contaba que los pocos indígenas
que llegan a la Universidad se encontrarán con que las clases se
imparten sólo en francés y eso  hará que abandonen su carrera.

Por lo menos, allí el gobierno ha aprendido a respetar la lengua materna
de los niños. Por lo menos, tienen la opción de elegir en qué idioma
quieren estudiar, en el minoritario o en el otro. En España, no tenemos
tanta suerte.