El dueño de la nueva casa es hijo de una conocida familia de la ciudad.
Incluso hay un barrio que lleva el nombre de un antepasado. Se hizo muy
rico gracias a la industria local, pero su imparable éxito económico,
como el de tantos otros de la zona, se ha topado con la llegada de los
chinos. Aunque ya está al final de su vida laboral, nuestro nuevo
casero odia Ikea y todo lo que proceda de la China, de la India o de la
mano de obra barata, y se lamenta por sus próximos años de inactividad.

En un acercamiento amistoso, nos llevó a un local lleno de
exquisiteces. Entre vianda y vianda, nos contó historias trágicas de
amigos suyos, abogados, notarios, empresarios, … todas esas personas que llamamos triunfadores.
Tienen en común los sueldos de vértigo y el destinar las
horas del día a conseguir más y más dinero para llegar a ser los más
ricos del cementerio. Todos ellos tienen enormes viviendas
aisladas  que esconden tesoros y con sistemas de seguridad que
nunca funcionan. Ninguno de ellos tiene tiempo para estar con sus
hijos, y, normalmente, contratan a alguien para que lo haga por ellos.
Y sólo pueden disfrutar de la casa cuando duermen. Sin embargo, con la
llegada de las bandas de crimen organizado, el sueño de estos
triunfadores se ha convertido en pesadilla. Como si hubiese una lista
negra, los lujosos chalets están siendo asaltados uno tras otro y hay anécdotas para aburrir.

«Kosovares», contestó cuando le pregunté quién cometió esos asaltos que
describía. Son individuos que vivieron lo más crudo de la guerra de los
balcanes y ahora no tienen ningún apego a su propia vida. No tienen escrúpulos
para atar a una silla al padre de familia y lanzarlo escaleras abajo
para que les abra la caja fuerte, o apuntar con una pistola a la nariz
de la más pequeña de la casa.

En muchas ocasiones, entran mientras la familia duerme. En otras, los dueños vuelven a casa y se la encuentran destruída con
tantos detalles sórdidos que no tienen estómago para volver a entrar
jamás. «Allí teníamos muchos recuerdos felices», contaba sobre su
propia historia. «Allí nacieron nuestros hijos, uno de ellos nació
literalmente allí, pero mi mujer no quiso ni volver a pasar por la
puerta».

Espero que los kosovares no nos confundan con uno de ellos. En esta
casa no hay caja fuerte y casi no tiene muebles. Nuestra mayor
inversión está en algo que no se puede robar pero que sale muy
caro: el espacio, la luz, la libertad de movimiento y la buena educación.