Ayer fuimos al McDonald’s. El Happy Meal con regalo sorpresa es
capaz de convertir en asiduo de ese antro hasta al más reticente de los
padres. Cuando íbamos a dejar la bandeja sobre la mesa elegida en la zona de
no fumadores, apareció alguien que nos dijo: “No os sentéis ahí
que voy a montar un cumpleaños ahora mismo. Acaban de llamarme”. Nos
pusimos en la de al lado. En un santiamén, la mujer juntó seis o siete
mesas y las cubrió de mantelitos, servilletas de colores, coronas de
papel con monigotes estampados, globitos, y demás adornos infantiles de
fiesta.

Esperábamos ver llegar de un momento a otro a un grupo ruidoso de niños
con sus madres pero sólo aparecían mujeres de unos 25 años. Una de
ellas colgó en la pared una cartulina en la que ponía: “Dra. Roca,
aunque todavía no está confirmado, estamos muy orgullosos de ti”. Las
demás, muy emocionadas, iban rellenando los huecos con mensajes que
sólo ellas y la homenajeada podían comprender.

A medida que iban llegando los invitados, se repartían besos y se
iban colocando la corona de papel con gran parsimonia. Después, se
quedaban a la espera en una silla con aire cansado. Parecían de esos
jóvenes ya no tan jóvenes a los que la Universidad española ha dejado
sin mucha ilusión ni
espíritu de aventura, pero de los que sus padres y abuelos se sienten
muy
orgullosos.
Mientras, en una mesa cercana, un grupo de albañiles adolescentes
manchados de yeso miraban con curiosidad y cierta sorna al pulcro grupo
formado por 14 mujeres y dos hombres con coronitas infantiles. Imaginé
que pensaban: «Tanto esfuerzo para que el presupuesto sólo os de para
celebrar el doctorado en el McDonald’s».

Cuando finalmente vieron que se acercaba la persona que esperaban,
se escondieron en la esquina y gritaron todos juntos: ¡¡¡SORPRESA!!! 

Después se sentaron a la mesa. Oí que una de ellas decía: «Oh, han
cambiado el dibujo de las servilletas». Nos fuimos antes de ver si les
llevaban 16 cajitas de Happy Meal.