Los niños saben mejor que nadie que las palabrotas pueden levantar
ampollas entre los adultos, por eso son capaces de memorizar todas las que
oyen mucho antes de saber lo que significan. El New York Times
de ayer publicaba un estupendo artículo —titulado Almost Before We Spoke, We Swore— sobre los estudios que hay en
marcha en torno a las palabras prohibidas, que son universales.
Existen en todas las lenguas investigadas, vivas o muertas, y tanto si
son habladas por muchas personas como si están restringidas a una
pequeña tribu.

Algunos científicos están tan impresionados por el poder de los
tacos que los están usando para indagar en la
arquitectura del cerebro. Dicen que quien los usa raramente los suelta
de forma aleatoria e incontrolada sino que ajusta el contenido de su
exabrupto al motivo de su ira. Hay también grupos de investigación que analizan la
fisiología del improperio: observan cómo reaccionan nuestros reflejos y
sentidos al escuchar estas palabras tabú. Colocan cables
electrodérmicos en brazos y dedos de voluntarios y les lanzan grupos de
palabras, mezcladas con palabras obscenas. Y han comprobado cómo éstos
experimentan claros signos de excitación cuando oyen las malsonantes: vello erizado, pulso
acelerado, …

En la Universidad de Monash de Melbourne, Australia, la doctora Kate Burridge
ha encontrado, además, que los estudiantes universitarios y las
personas con estudios reaccionan con la misma excitación cuando
escuchan algo expresado con mala gramática o que forma parte del slang callejero. Dice que lo consideran «irritante, analfabeto o de poca clase». «La
gente puede ser muy pasional sobre la lengua», dice esta investigadora,
«como si fuese un artefacto que mantienen y que debe protegerse a toda
costa de la perversión de los bárbaros y de los léxicos extranjeros».

Burridge está apunto de publicar el libro Forbidden Words: Taboo and the Censoring of Language, junto a su colega Keith Allan, en la  Cambridge University Press.

Otros investigadores han relacionado el tipo de tacos más usados con
el tipo de sociedad en la que se utilizan. Por ejemplo, en lugares muy
religiosos, las palabras más prohibidas suelen estar relacionadas con
Dios. Y donde la castidad de la mujer se considera muy importante,
suelen tener que ver con los órganos genitales femeninos o con su uso
para fines comerciales.

Pero uno de los estudios más interestantes implica a los pacientes con el Síndrome de Tourette
que sufren coprolalia (una necesidad incontrolable de soltar tacos e
improperios sin ninguna razón aparente). Sólo entre el 8 y el 30% de los
enfermos con este síndrome lo padecen, y es la condición más humillante
y vejatoria para ellos.

El doctor David Allan Silversweig, director de Neuropsiquiatría y Neuroimagen del Weill Medical College de la Universidad de Cornell,
utilizó el PET (escáner de tomografía por emisión de positrones) para
medir el flujo cerebral de sangre y poder identificar así qué regiones
del cerebro participan durante los episodios de tics y coprolalia en
estos pacientes. Encontró que la necesidad de soltar palabras
malsonantes esconde vías neuronales más complicadas de lo que pueda
parecer. Y ocurre igualmente en estos pacientes como en el resto de la
población. El sístema límbico —núcleo más primitivo de las emociones,
como el miedo, la ira, el deseo— y la corteza cerebral —la más
evolucionada, la que evalúa los impulsos primitivos— se activan
cada vez que aparece ese deseo de soltar inconveniencias, tratando uno
de frenar al otro. Y no siempre
gana la parte más evolucionada.