Maria del Mar, una de las dos maestras de Ana, tiene
ya nietos. Posee una gran experiencia como profesora de infantil, una enorme paciencia y un gran
sentido del humor. A veces, cuando voy a buscar a Ana, le escucho alguna anécdota de los niños. A veces es un recuerdo
nostálgico de alumnos que ya están en primaria pero que pasaron por su clase.
Hay un niño, Pedro, que siempre llega a clase con «un secretario»
(su hermano, tan sólo un par de años mayor) que le pone y le quita la
chaqueta con gran seriedad, como si fuese su mayordomo. En el comedor,
no quiere comer solo y se queja siempre de la comida. Se le suele oír
de fondo gritanto con tono lastimero: «¡Que alguien me ayude a comerme
las lenteeeejas!». Lo malo es que cuando Pedro dice que no le gusta
la comida, contagia a todos sus compañeros de mesa.
Una niña le contó un día que habían pasado (ella y sus padres) toda
la noche en la comisaría. La historia seguía y seguía con detalles
truculentos, hasta que empezaron también a aparecer unos dragones en el
relato.
He visto que algunas niñas de primaria pasan por el pasillo de
infantil para ver a Maria del Mar y darle un abrazo. Y si no se lo dan,
es ella la que se los “roba”.
El otro día le pregunté si no se aburría al salir de allí y enfrentarse al mundo de los
adultos. Me dijo: «Ay, sí, la verdad es que los niños lo ven todo tan sencillo y
encuentran soluciones tan fáciles y lógicas para todo… Si pensáramos como
ellos, todo sería más sencillo, pero ¡nos complicamos la vida de una
manera…! Yo a veces hablo con algunos padres y pienso: ¡Qué distorsionado ven
el mundo algunos!».
¡Qué delicia de maestra!, nuestro hijo sufre su tercer año con la misma y nosotros como padres sufrimos la impotencia de no poder cambiar nada.
A pesar de que hemos intentado no trasmitir nuestra opinión respecto a ella pues entendemos que a esta edad (aún no tiene cinco años y comenzó cn ella cuando no tenÃa tres), la figura del maestro es muy importante, asà que hablando con él todo era intentar sacar cosas buenas de donde no habÃa. Pero los niños en su infinita sabidurÃa nos sorprenden una y otra vez. El curso pasado terminó con la discusión sobre la lectura, el niño querÃa aprender, ella lo consideraba poco menos que un delito y un error garrafal, debÃamos frenar esas ganas, pero durante el verano el niño aprendió, lee y le encanta, nosotros lo hemos llevado de la forma más natural y el primer dÃa de cole, cruzamos los dedos. Mario se levantó encantado, loco de contento por volver al cole, nadie hizo referencia a la lectura, consideramos mejor no decir nada ni a la maestra ni a los demás papás.
Pero a la salida, estaba apagado, triste y sin ganas de hablar… hasta la hora del baño no nos enteramos “la seño se habÃa caido del pedestal”, él llegó con toda su ilusión esperando un alago una palabra de cariño, un refuerzo a su esfuerzo (ha aprendio practicamente solito” y ella simplemente lo mandó callar.
Hoy hemos hablado con ella, nos ha dicho que no sabÃa a dÃa de hoy, que Mario lee, ni le interesaba saberlo, porque aún no toca. En media hora no ha sido capaz de hacer un sólo halago del niño (ni de ningún otro de la clase, puesto que aún no le ha dado tiempo a hacerse una idea, ¡después de más de dos años con ellos)
Pero volviendo a la sabidurÃa de los niños, sin necesidad de hablar con él, Mario ha entendido que todos los maestros no son guay, que tiene que ir al cole porque están sus amiguitos, pero que puede aprender en casa, me duele pensar que por culpa de un mal profesional mi hijo tiene los ojitos un poco más tristes cuando habla del cole, pero admiro profundamente su capacidad de superación, y lo pronto que ha aprendido que lo que importa es su esfuerzo, hacerlo para él mismo y no por lo que digan o esperen los demás, lástima que lo haya aprendido tan pronto y de esta manera.
Una vez más perdón por los rollos que os suelto, pero necesitaba un desahogo.