«Cuando los niños van a la escuela, la escuela debe decirles la
regla: “Cuando traéis un programa a clase hay que compartirlo con todo
el mundo en esta clase. Y si no quieres compartirlo, no puedes
traerlo”. Y para mostrar un buen ejemplo de este espíritu de buena
voluntad y de compartir el conocimiento, la clase debe seguir su propia
regla: traer sólo software libre a la clase.
Debe decirse a los
alumnos: “Todo el software que encuentres en la clase puede copiarse y
llevarse a casa para usarlo y puedes también leerlo y comprender su
funcionamiento”.
A
la edad de tres años no lo harán, pero a la de catorce los que tengan
dones naturales de programación sí lo harán y profundizarán en el
espíritu de colaboración con la gente. Y el resto de la clase, los que
no serán programadores, aprenderán a usar el software libre.
Es decir,
que no aprenderán a vivir bajo el poder de ninguna empresa. Como
adultos habrán sido formados para ser adultos en una sociedad libre, a
vivir con independencia. Lo contrario, enseñar el uso de software
privativo, es enseñar la dependencia eterna, es formar adultos capaces
de vivir en dependencia de una empresa específica.
De este modo, las
escuelas se encuentran ante la disyuntiva de dirigir a la sociedad
rumbo a la independencia y la capacidad o rumbo a la dependencia y la
debilidad. Hay que elegir entre poner rumbo a una o a otra. La misión
social de las escuelas pasa por hacer lo primero, por dirigir a la
sociedad rumbo a la independencia y la capacidad.»
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