«Te oigo, cariño. Vamos, Molly, puedes hacerlo… ». Así hablaba
Carole Wilbourne a una gata negra atrapada desde hace dos semanas bajo
un antiguo edificio del popular barrio de Greenwich Village de
Manhattan. Carole dijo que era terapeuta de gatos. Y Molly era la
encargada oficial de atrapar ratones de un delicatessen, el Myers of
Keswick, donde venden pasteles de carne y otras especialidades
británicas. Pero hace unas semanas, Molly se metió entre un amasijo de
tuberías y no podía salir.

Reporteros de televisión y prensa aparecieron por el lugar para dar
fe del suceso. Varios rescatadores de animales del Animal Care &
Control se dedicaron a rescatarla. Al mismo tiempo, la terapeuta,
arrodillada en la acera, seguía hablando suavemente a la gata: «Todo el
mundo quiere que salgas… nadie va a hacerte daño». Entonces, una de
las rescatadoras salió del polvoriento sótano con una máscara para
pedirle a Carole que se callara. «Creo que la estás estresando», le
dijo. Carole protestó. Dijo que trataba de «darle inspiración» a la
gata. «Me preocupo», le dijo a los reporteros. «No lo estaría haciendo
si no me preocupara».

Katherine Mehta, una niña de diez años, paseaba por allí en ese
momento con su pequeño perro, Pepito, y con su cuidadora, Philomena
Brady. Kathy resumió: «Creo que está asustada, pero saldrá».

Y así fue. Molly salió después de que hicieran un agujero en la
pared del delicatessen para sacarla, 14 días después de quedar
atrapada.  Su cara era como de estar diciendo: «¿Por qué se ha
montado todo este alboroto?».