Ayer me entretuve buscando en Google algunos de los artículos y entrevistas que han aparecido en la revista KINDSEIN. Los encontré pegados —enteros, con foto y todo— en numerosos blogs y webs que ni enlazan ni citan la fuente.

Algunos de esos blogs sí la citan, pero mal, porque no han copiado la entrevista de KINDSEIN sino de otro blog que a su vez había copiado la entrevista de otro blog que la había copiado de otro blog… y así hasta el infinito.

O sea que el contenido de KINDSEIN (¡y de tantas otras publicaciones!) va pasando de mano en mano, como la falsa moneda, y cambiando de firma, según quién lo haya copiado. Y si KINDSEIN desapareciera, todo el trabajo realizado persistiría en Internet, pero como si lo hubiera hecho otro. Son el tipo de cosas que te hacen acordarte del padre de Internet.

Escribir siempre ha sido un trabajo muy desagradecido:

—es difícil llegar a hacerlo bien,
—cuesta mucho esfuerzo,
—es raro que se reconozca,
—y es muy fácil copiarlo.

Escribir es sólo un oficio, como el de carpintero. Hasta que aprendes a encajar las piezas para hacer un armario, pueden pasar años. Pero hay varias diferencias entre un carpintero y un escritor:

1) A nadie se le ocurre pensar que cualquiera puede hacer un armario, pero, sin embargo, todo el mundo cree que puede escribir bien, e incluso muy bien.

2) Al carpintero le da más o menos igual que le digan que su armario no es bonito, pero a la mayoría de escritores les duele mucho que les insinúen que su texto es un bodrio. Es como si no se tratara de un simple texto —palabras que pueden cambiar de orden o suprimirse para mejorar mucho la obra— sino de una especie de extensión de su alma, intocable y sublime.

3) Un carpintero puede ganar algo así como el triple que un escritor o un periodista. Mi carpintero cobra más que un consultor de IBM.

4) Al carpintero le da igual si copian su armario. El escritor no lo tolera.