Ayer conocí a una inglesa simpatiquísima. Tuve la sensación de que la conocía de toda la vida y que era el tipo de persona con la que podría entablar una amistad duradera. Pero después de oírla hablar un buen rato con cariño de sus niños (ella tiene cuatro), y de contar anécdotas graciosas y enternecedoras del colegio, de lo diferentes que son las niñas, tan comunicativas, de lo gracioso que es su hijo mayor de seis años, etc, va y dice: «Y cuando acaben Primaria, yo lo tengo clarísimo: Les enviaré a un colegio interno, uno que esté bien lejos. Si es en otro país, mejor».