Este medio día he visto a un grupo de jubilados de los muchos que
vienen a esta zona a pasar unos días. Eran tres parejas de andaluces
que parecían sacados de Omaíta. Entraron al tranvía gritando y uno de
ellos contaba chistes sin parar. Los demás, y también él, reían a
carcajadas como si fuesen a explotar de tanta gracia que les hacían. Yo
no conseguí ni esbozar una sonrisa, más bien lo contrario. Uno de los
chistes era así:

«A un niño le pegan un guantazo en el colegio y vuelve corriendo a
su casa. Le dice a sus padres: “Pedro me ha pegado y me ha llamado
maricón”. Sus padres le contestaron: “Pues devuélvele el tortazo”. Pero
el niño dijo: “Es que es tan guapo…”

Miré al que contaba los chistes para ver qué aspecto tenía. Estaba
colorado de tanto reírse, y empezó a explicar el chiste. «Le daba igual
que le pegaran, porque decía que era guapo…» Y seguía riendo, y
riendo, haciendo botar su redonda barriga sobre el asiento del tranvía.
Llevaba unas gafas de montura metálica incrustadas en los mofletes y su
ropa parecía almidonada.

Después, se pusieron a hablar del buffet libre del hotel donde
estaban y de cómo uno de ellos atacaba los platos. Y seguían riendo y molestando con su ruido.

Ellos también votan.