Pilar Rahola
escribe hoy esto en El Periódico de Catalunya:

Llego a casa y, como si fuera una necesidad urgente, abrazo a mi hija
Ada. El abrazo es más intenso que nunca. Tiene 5 dulces años, y su deseo
de ser una princesa se convierte cada día en realidad. A los 5 años, las
hadas existen, y mi Ada particular sabe que la vienen a saludar todas
las noches, y le susurran cosas bonitas al oído. Es un caramelito, un
dulce de miel, y contemplando su frágil belleza, una sabe que está cerca
de un trocito de cielo. Belleza frágil, casi porcelana, necesitada de
todo el mimo que los padres podemos dar.

¿En qué momento de locura uno puede mirar a su niña de 5 años y dejar de
sentir una enorme ternura? ¿En qué instante preciso de maldad uno puede
desear hacerle daño? Elie Wiesel dijo, saliendo de Auschwitz, que el mal
existía, y era cierto. El mal existe y tiene muchas miradas. Por
ejemplo, tiene la feroz mirada de un adulto que maltrata a una niñita,
que le pega hasta dejarla en coma. El mal existe, y Alba, la niña que
lucha por su vida en un hospital, le ha visto la cara. Quizá se parecía
a papá y mamá, pero era un error. No eran padres, eran los monstruos del
cuento.

Por supuesto, hay un debate sobre la naturaleza del maltrato, pero es un
debate que no me interesa. Dejemos que los psicólogos escudriñen la
gramática del infierno. Lo que me resulta necesario es saber qué falló
en la tupida red de controles que, teóricamente, tenían que proteger a
la pequeña. Obviamente no somos culpables del maltrato, pero es evidente
que hemos sido culpables de no haberlo impedido. Los diversos estamentos
que tenían la obligación legal de evitarle tanto sufrimiento fallaron
reiteradamente, tanto, que hoy es obligatorio preguntarse si no fueron
letales en su irresponsabilidad. Ya sé que estos días las
administraciones implicadas hablan de error masivo, de “fallo en
cadena”, según expresión del ministro Caldera. El alcalde de Montcada,
en Els Matins de TV-3 nos decía que “todos lo habían hecho mal”, pero
esta especie de culpa colectiva es una huida por elevación que responde
más a la necesidad de salvar el trasero que a la voluntad de enmienda.

Lo cierto es que la niña ha pasado por tres juzgados, dos municipios,
tres cuerpos policiales y la Generalitat, sin que nadie apretara el
acelerador que requiere un caso de maltrato. Y, lo que es peor, sin que
nadie evaluara correctamente los evidentes síntomas que presentaba la
niña. ¿Qué ocurrió entre el 19 de diciembre, en que ingresó con
clavícula, húmero y costilla rotas, y el 28 de enero, en que la policía
tomó declaración a la madre por primera vez?

LA CRÓNICA es un relato esperpéntico que nos da la medida de la profunda
incompetencia del sistema. El Juzgado número 4 de Barcelona envía
papelito a los Mossos. Dos semanas después, éstos remiten papelito por
correo al juzgado diciendo que no son competentes. Y algunos papelitos
después, se tarda un mes en empezar a preguntar qué ha pasado.

A partir de aquí, el cúmulo de retrasos, incompetencias y preguntas sin
respuesta es un auténtico escándalo. Señalo los más evidentes: la
incompetencia de la policía de Montcada, que da por buena la versión de
la madre, sin ninguna otra investigación, y remite el caso a Fraga, otro
juzgado, otra policía, otra comunidad… El juzgado de Fraga, que tarda
un mes en encontrar al padre (perfectamente localizable) y hacerle un
par de preguntas. El Juzgado número 2 de Cerdanyola, que recibe la
denuncia de la exmujer del padrastro, hoy imputado de asesinato en
tentativa, y un mes después aún está mirando musarañas. Y, por el
camino, tres escuelas que ven a la niña, cabizbaja, triste, con
problemas de habla; dos servicios sociales, de Viladecans y Montcada,
que nunca consideran el tema grave, y una dirección general que tarda
semanas en establecer una reunión con la familia, porque el problema
puede esperar. Es decir: tres meses después de una clavícula, un húmero
y una costilla rotas, una niña de 5 años no ha sido protegida por nadie,
y ello a pesar de que su drama ha ido deambulando por los despachos.

No es suficiente con mirar a cámara, como hicieron el alcalde de
Montcada o la directora general, y hacer un mea culpa colectivo. Puede
que sea una estrategia de defensa, pero resulta deplorable. Lo cierto es
que este país, que ha conseguido una ley integral de la mujer, no tiene
una ley integral del menor, cuando el menor es muchísimo más vulnerable.
Pero, lógicamente, no constituye ningún lobi de presión.

LO CIERTO ES que los juzgados van a ritmo de funcionariado, sin entender
que hay expedientes que no pueden seguir los cansinos cauces habituales.
¿No existe un código rojo para una niña maltratada? Cuando llega una
denuncia médica, ¿no saltan las alarmas en los juzgados? No lo parece, a
tenor de la irresponsabilidad con que actuaron tres de ellos. Y lo
cierto es que los servicios sociales de Viladecans y Montcada miraron,
estudiaron y fueron de una sonora y triste incompetencia. ¿O van a
decirnos que una niña que está en coma por una paliza, y que había
tenido antecedentes de violencia, no presentaba todas las
características del maltrato? Lo cierto es que la descoordinación entre
estamentos, en la era de internet, nos da la medida de nuestra cutrería
institucional. Finalmente, lo cierto es que la Generalitat volvió a
fallar en un tema de infancia. Caldera tiene razón: fue un fallo en
cadena. Pero que no nos engañen con lo global. Lo relevante, lo
escandaloso y lo dramático es el fallo de cada eslabón.

Alba está en muy grave. Los monstruos de los cuentos la enviaron al
límite de la muerte. Lo hicieron porque Alba no halló ningún príncipe
salvador. Todos los príncipes que tenían que protegerla estaban
dedicándose a otras cosas.