Cerca de aquí vive un niño que va al colegio de Ana. También va a
Infantil. Siempre va en autocar al cole, aunque hay una línea directa
de
transporte público muy rápida y cómoda, pero nadie parece tener
tiempo para ir a llevarle o recogerle. Su casa es una de las
privilegiadas de la ciudad, con vistas al mar. Es de esas que
ningún joven podría aspirar a pagar ni con una de esas hipotecas a 60
años. Pero siempre está vacía. O casi.
En ella pasa gran parte del tiempo, quizás todo, una mujer de origen
sudamericano que se ocupa de mantenerla limpia y de ir a llevar
al niño hasta la parada del autocar escolar, a 50 metros.
A veces veo a
la mujer asomada al balcón, disfrutando de las vistas, del sol, de la
preciosa casa. Y por las tardes, después del cole, también es ella la
que sale a pasear con el niño al parque. Es un perfecto usufructo.
No puedo
evitar imaginar a los padres en una oficina, seguramente sin tanta luz,
sintiéndose muy realizados.
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