Esta tarde le he entregado a la coordinadora de Infantil del colegio de
mi hija un simpático fragmento de un libro en el que se valora
excepcionalmente su trabajo. Pensé que era una muestra de
agradecimiento y acercamiento a una persona que cada día pasa un tiempo
indeterminado con la pequeña. Es una mujer de veintitantos años, con
cara de pocos amigos, pelo muy corto y un tatuaje de una bruja en el
brazo. Se llama Carmela. Casi nunca saluda, tiende a mirar hacia abajo
y evitar a los padres, y la he visto irritarse cuando los niños no
hacen lo que ella cree que hay que hacer o cuando algo se sale
ligeramente de las estrictas y absurdas normas de la escuela.
Esas
normas consisten, básicamente, en que los padres no se metan ni
participen en los asuntos del colegio, aunque afecten a su hijo; que no
circulemos por el recinto en horas de clase; que no se llegue ni un
minuto tarde; y que nadie salga ni entre hasta que no suene el timbre.
En la “fiesta” de Navidad, Carmela trazó en el suelo una linea con tiza
para que los padres no la traspasaran y viesen desde ella a sus niños
cantar un villancico en valenciano. Describe bastante
bien su actitud.
Sin embargo, entre lo agrio hay algo dulce: cuando sonríe, a Carmela se
le ilumina la cara y parece una niña buena. Quizás esa cara fue la que
me impulsó a acercarme a ella con el papel. Le dije que era “un
regalito”, que al leerlo pensé en ella, que simplemente creía que le
iba a gustar. Maldita la hora.
Este es el fragmento y, al final, la reacción de Carmela:
«Todo lo que necesito saber
sobre cómo vivir, qué hacer y cómo ser lo aprendí en la Escuela
Infantil. La sabiduría no estaba en lo más alto de la montaña educativa.
(…) Estas son las cosas que aprendí:
Compartir todo.
Jugar limpio.
No pegar a la gente.
Volver a poner las cosas en su sitio.
Limpiar lo que se ensucia.
No coger lo que no es de uno.
Pedir perdón cuando se hace daño a alguien.
Lavarse las manos antes de comer.
Tirar de la cadena.
Las galletas y la leche son buenas.
Llevar una vida equilibrada
aprender algo, pensar algo, dibujar y pintar y cantar y bailar y jugar
y trabajar algo cada día.
Dormir una siesta cada tarde.
Cuando se sale a la calle,
tener cuidado con el tráfico, agarrarme de la mano, y permanecer
juntos.
Maravillarse. Recordar la
pequeña semilla: las raíces van hacia abajo y la planta sube hacia
arriba, y nadie sabe realmente cómo y por qué, aunque todos somos
así.
Los peces de colores y los
hámsters y los ratoncitos blancos e incluso la pequeña semilla… todos
mueren. Y nosotros también.
Y recordar los libros de “Dick
and Jane” y la primera palabra que aprendías la palabra más grande de
todas MIRA.
Todo lo que has de saber está
ahí de alguna forma. La Regla de Oro y el amor y la sanidad básica.
Ecología y política e igualdad y vida sana.
Toma cualquiera de esas cosas y
extrapólala a los términos sofisticados de los adultos y aplícala a tu
vida familiar o a tu trabajo o a tu gobierno o a tu mundo, y te
parecerá cierta y clara y firme. Piensa lo bueno que sería el mundo si
todos todo el mundo tuviesen galletas y leche a eso de las tres cada
tarde y después se tumbaran a dormir una siesta. O si todos los
gobiernos tuviesen como política básica poner siempre las cosas donde
las encontraron y limpiar y ordenar lo que ensucian.
Y todavía sigue siendo cierto,
no importa la edad que tengas cuando sales ahí fuera, lo mejor es que
te cojas de la mano y vayas con alguien.»
All I Really Need to Know I Learned in
Kindergarten, de Robert Fulghum.
Al volver por la tarde me encontré a
Carmela en la puerta. Vino hacia mí muy seria y me espetó:
¿Qué sentido tiene eso que me has dado antes?
Me quedé estupefacta. Me esperaba algo así como un: “Gracias”, “Me ha
gustado”, “Compraré el libro”, “Qué bonito”, …. Pero la sarta de
sandeces que me dijo me dejó tan aturdida que ni siquiera puedo
recordarlas todas ahora. Le contesté:
¿Sentido? Ninguno. Pensé que era bonito y que te gustaría. Eso es todo.
No, si bonito sí es, pero ¿qué sentido tiene? Esas cosas de la lista
son cosas que tiene que aprender en casa, no aquí. Parece como si nos
dijeses qué tenemos que hacer….
¿¿??
Y Carmela continuó con esta frase triunfal:
Es como si le das a un informático un papel en el que dice cómo tiene que encender un ordenador.
Siento que lo hayas interpretado todo al revés. En realidad es más
bien como si le entregara a un informático un papel en el que dice que
su trabajo es básico para la Humanidad.
No me contestó y continuó con su mirada resentida y sus labios apretados.
Afortunadamente, no es la persona que más tiempo pasa con mi hija,
porque tiene el extraño cargo de coordinadora de infantil y supuesta
profesora de apoyo (aunque no apoya sino que más bien suple a quien se
ausenta).
El caso es que cada mañana entrego a mi hija a una persona que no sabe
entender un regalo, que se toma como ofensa un gesto amable y, lo peor,
que cree que lo sabe todo sobre los niños. Las puertas se cierran,
incluso echan un candado, y yo me quedo fuera pensando qué puedo hacer
y cómo puedo encontrar educadores sensibles apasionados por su trabajo
y que trabajen en un colegio transparente donde a los padres no se les
trate como bestias a las que hay que mantener al margen. ¿Quizás para
que nadie vea lo mal que lo hacen?
No comments