Los
que nacimos en los años 40, 50, 60 o 70 no deberíamos haber
sobrevivido. Algunas cunas estaban pintadas con pintura con base de
plomo. No había tapones a prueba de niños en los productos venenosos o
en las medicinas, ni medidas de seguridad en los cierres de muebles,
puertas o barandillas. Y, cuando motábamos en bicicleta, no llevábamos
casco. En coche, nunca nos ponían cinturón ni sillas especiales ni
había airbags. Bebíamos agua directamente de la manguera. Comíamos
mantequilla, nocilla, pan y pasteles y no sufríamos obesidad porque
estábamos siempre jugando en la calle. No había teléfonos móviles. No
había Nintendos, ni Playstation, ni video, ni montones de canales de
televisión, ni ordenadores personales, ni internet, ni chat-rooms,
Algunos estudiantes no eran tan buenos como otros y tenían que repetir
curso. Es impensable imaginar a nuestros padres sacándonos de un apuro
después de meternos en líos en el colegio o incluso de haber
quebrantado alguna ley. Íbamos a pie a la casa de nuestros amigos.
Teníamos libertad, fallos, éxito y responsabilidad y aprendíamos a
desenvolvernos bien con todo ello. Y tú eres uno de ellos. Felicidades. Pasa
esto a otras personas que han tenido la suerte de crecer como
verdaderos niños, antes de que los abogados y el gobierno regularan
nuestras vidas, por nuestro bien.
Un mensaje como el
anterior dio la vuelta al mundo hace unos meses, de buzón en buzón.
Steve Mirsky también lo recibió y se inspiró en él para uno de sus
artículos en el Scientific American.
¿A
quién va dirigido ese mensaje?, se preguntaba Mirsky. Evidentemente,
sólo a los vivos. «En análisis de datos, a eso se le llama sesgo. De
hecho, es cierto que muchos niños no llevaban cinturón en el coche.
Algunos de ellos, estarán ahora en términos médicos muertos. Y los
muertos no pueden escribir esas barbaridades», dice. Los niños que
sufrieron daño cerebral por el plomo de la pintura «probablemente
podrán escribir pero no serán responsables del mensaje».
«Así y todo, la
vida sin grilletes por las interferencias burocráticas sigue siendo
tentadora. Así que me encuentro a mi mismo meditando sobre los buenos
viejos tiempos. Me refiero a los verdaderos buenos viejos tiempos
30.000 años atrás. Los burócratas y los abogados no existían aún.
Cuando nos atacaba un león, sangrábamos hasta morir. Cuando perdíamos
nuestros dientes, dejábamos de comer y nos moríamos. Si nos poníamos a
pintar la pared de una cueva, y arañábamos con un dedo que después se
infectaba, no teníamos que quejarnos a la ninguna oficina de seguridad
laboral. Y no teníamos que denunciar a Og, que fabricó la pintura, o a
Oog, que escogió la pared. (…) Si llegábamos a los 35 años, se nos
quedaban mirando por ser tan viejos. Y hablábamos de lo débiles que
eran los más jóvenes por llevar pieles animales en sus pies».
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