«Es triste comprobar que, en nuestras civilizaciones tecnológicas, la
infinidad de cosas que debe un niño asimilar para desenvolverse con
facilidad y sin peligro en su vida cotidiana ponen a éste en un “estado
emocional” artificial y constreñido. El niño que vive en una ciudad
depende físicamente de sus padres hasta una edad muy avanzada. Mientras
dura el aprendizaje de los “trucos” necesarios para poder sobrevivir en
el laberinto diabólico de una ciudad, el niño suele ser considerado
como un ser estúpido e incluso dañino. Sólo se le dirige la palabra
para reprenderle, prohibirle, amenazarle, humillarle y ahogar su
naciente personalidad, así como cualquier brote de su espíritu de
iniciativa. ¿El resultado? Tan a la vista está la mediocridad humana y
la indigencia interior de la inmensa mayoría de los “civilizados”, su
inestabilidad emocional y su infantilismo ante las situaciones de la
vida, que el insistir sería una ofensa al lector.

En un poblado Dayak, en cambio, todo transcurre de manera distinta.
Cuando el niño nace, su madre no lo considera como un obstáculo para su
libertad, sino como un objeto de amor al que tiene la misión ancestral
de infundir lo antes posible el sentimiento de libertad y los
conocimientos necesarios para su independencia humana. Durante la
lactancia, la madre siempre está junto a su hijo. No le abandona en una
cuna con rejas de hierro durante la mayor parte del día. Cuando no le
tiene en sus brazos, le cuelga de una rama flexible, envuelto en un
gran paño, e imprime a la cunita improvisada un movimiento de vaivén de
arriba abajo.

En cuanto el niño es capaz de dar sus primeros pasos, tiene plena
libertad para ir a jugar con los demás pequeños de su edad en los
alrededores del poblado. Es libre de revolcarse en el barro, libre de
bañarse en el río, libre de intentar trepar a un árbol, libre de caerse
y de aprender con sus caídas a disciplinar sus fuerzas, su habilidad y
su ánimo. Es libre de hacer lo que le da la real gana, y, físico en
ciernes, de descubrir el mundo que le rodea por el método experimental.

Lo curioso del caso es que no he visto a un sólo niños dayak abusar ni
por un momento de su libertad. No he oído el llanto de un niño
malcriado, ni una rabieta, ni un capricho. La población infantil de la
“Casa Larga”desde los dos años hasta los dieciséis, me ha parecido
sana, alegre, vivaz, bulliciosa. He visto niños de unos cinco años
tomar parte en la conversación de los mayores y he comprobado cómo,
cuando el rapazuelo hablaba, los hombres de cincuenta años callaban y
escuchaban su parecer, como si se tratase de un hombre de su edad y
experiencia.»

El texto anterior procede del número 37 de Historia y Vida. Era un ejemplar de abril de 1971. El reportaje se titulaba Los Dayak. Viaje al Eneolítico, de Patrick Legrain.

Hoy, después de 34 años, la situación de los Dayak no parece ser tan idílica como Legrain la encontró.

Sarawak tiene una población de dos millones de personas de los cuales
la mitad son Dayaks, que son los pueblos nativos, los indígenas. Viven
en casas comunales, las “casas largas”, y se alimentan de la agricultura, la
pesca y la caza. El estado de Sarawak se encuentra en el sector
noroeste de la isla de
Borneo y cuenta con un territorio del 38% del total de la superficie de
Malasia.

Los bosques tropicales de los que dependen están hoy en peligro por la
tala, el desarrollo de monocultivos a gran escala, el proyecto de la
hidroeléctrica de Bakun, y el desarrollo de
complejos turísticos y otras actividades que no sólo no tienen en
cuenta la conservación del territorio sino que están perjudicando
también a la
cultura local. Los Dayaks han insistido
para que se aseguren sus derechos territoriales, pero el estado ha
preferido ignorarlo y trata las tierras habitadas por nativos como
terrenos baldíos propiedad del estado. Y quienes se atreven a oponerse
a estas prácticas son
intimidados y se les confiscan sus pasaportes.

Muchos indígenas han sido expropiados para construir complejos
hoteleros y campos de golf sin el consentimiento de las comunidades
nativas afectadas. El estilo de vida de los Dayaks es tratado como una
atracción turística y sus casas comunales son motivo de excursiones
masivas. Los Dayaks se sienten tratados como animales de zoológico, y
se han comenzado a dar casos de prostitución entre
mujeres Dayak.  La foto de abajo es sólo una de las que se
ofrecen en las agencias de viajes de todo el mundo.

Y aquí
uno de los sitios donde venden cosas que seguramente consiguieron de la
forma menos apropiada. En este caso, anuncian una pieza del techo de
una “casa larga” tallada en madera tropical. «Una de las últimas que
quedan», dicen, muy orgullosos. Por el módico precio de 2.000 euros.