Fundación Francesc Ferrer i Guàrdia

Hace algo más de un siglo, hacia el mes de agosto de 1901, abría sus
puertas, en el número 70 de la calle de Bailén de Barcelona, un centro
educativo que se proponía transformar radicalmente la experiencia
pedagógica en sentido crítico, laico, racionalista y libertario. Se
pretendía afirmar un proyecto abiertamente superador de la mediocridad
intelectual, de las limitaciones existentes como fruto de la
superstición y del autoritarismo y de las carencias higiénicas y
materiales que dominaban el marco educativo de la España de la
Restauración, tanto en el caso de los escasos centros públicos
estatales como en el de los centros privados, fundamentalmente
religiosos.

En realidad existía ya cierta tradición en los ambientes del
pensamiento humanista y progresista de la Cataluña de entresiglos: la
fundación de escuelas laicas, muy vinculadas al librepensamiento, al
republicanismo y a las sociedades obreras, no era una iniciativa
demasiado exótica. Ahora, siguiendo este mismo camino, la Escuela
Moderna se plantea como un ejemplo de pedagogía militantemente
racionalista que, fundamentándose en la educación integral y en la
coeducación -de sexos y de clases sociales (posición muy atrevida para
la época, por ambas cuestiones)- pueda romper el muro del dogmatismo
intelectual y de la falsa moral impuesta a golpe de autoridad,
convirtiéndose en un núcleo de permanente promoción de la emancipación
social.

En línea con el optimismo filosófico heredero de la Ilustración,
buena parte de los ambientes libertarios confiaban en el trabajo en pro
de la renovación educativa como instrumento definitivo que abatiría los
prejuicios y permitiría conseguir el objetivo de una sociedad libre,
justa y fraterna. La piedra de toque es el aprendizaje de la libertad
en la libertad, mediante la vía de la razón personal. El medio natural
de dicha vía, la única que se basa en la afirmación de la autonomía del
sujeto como condición de posibilidad del hecho mismo de la educación
es, evidentemente, la laicidad: la ausencia de condiciones previas y de
restricciones mentales que, desde la imposición de creencias o de
límites a la investigación, impidan el libre acceso al conocimiento.
Convendría recordar el mensaje de Francisco Ferrer Guardia grabado al
pie de su monumento erigido en Bruselas en 1910, como testimonio de su
muerte por la causa de la libertad de conciencia:

“La enseñanza racionalista puede y debe
discutirlo todo, situando previamente a los niños sobre la vía amplia y
directa de la investigación personal”

Ferrer Guardia, impulsor y alma de la Escuela Moderna, había
conectado con el espíritu de la renovación pedagógica por medio de las
ideas de Paul Robin -teórico
de la educación integral- en sus años de exilio en Francia. Después del
frustrado intento de pronunciamiento republicano de Santa Coloma de
Farners -inspirado por Manuel Ruiz Zorrilla- de 1886, Ferrer se exilia
y vive en Francia hasta el mismo año 1901. Allí comenzará su
experiencia docente, en los Cursos Comerciales del Gran Oriente de
Francia, y como profesor de lengua castellana. Y es, precisamente, a
consecuencia de esto, como podrá llegar a concretarse la fundación de
la Escuela Moderna cuando una de sus antiguas alumnas, Ernestine Meunier,
le legue en herencia, en abril de 1901, una importante cantidad (una
propiedad por valor de un millón de francos, de la que pueden extraerse
rentas considerables). El objetivo de fundar una Escuela en Barcelona
es, pues, un hecho que podrá materializarse inmediatamente.

El concepto de Paul Robin de educación integral, que engloba de
manera simultánea los componentes intelectual, físico, ético, estético
y emocional de la personalidad y que no separa el mundo del estudio del
mundo del trabajo, se mezclará con la defensa del método intuitivo,
inspirado en las teorías de J.H. Pestalozzi y de F. Fröbel,
que pretende obtener el desarrollo armónico y progresivo de las
facultades y aptitudes naturales de los niños. Niños y niñas han de
descubrir la realidad directamente, no conformándose con aquello que
pueda decirse, académicamente, sobre dicha realidad. Parece bastante
claro que este tipo de procedimientos y de expectativas han sido
confirmados más tarde por la pedagogía evolutiva de Jean Piaget.

La Escuela Moderna

Y en la Escuela Moderna, cuando casi nadie se lo planteaba todavía,
intentaron dar forma a todo ello: los niños y las niñas tendrán una
insólita libertad, se realizarán ejercicios, juegos y esparcimientos al
aire libre, se insistirá en el equilibrio con el entorno natural y con
el medio, en la higiene personal y social, desaparecerán los exámenes y
los premios y los castigos. Los alumnos visitarán centros de trabajo
-las fábricas textiles de Sabadell, especialmente- y harán excursiones
de exploración. Las redacciones y los comentarios de estas vivencias
por parte de sus mismos protagonistas se convertirán en uno de los ejes
del aprendizaje. Y esto se hará extensivo a las familias de los
alumnos, mediante la organización de conferencias y charlas dominicales.

No hay que olvidar, a pesar de todo, que las tensiones sociales e
ideológicas provocadas por la cerrazón oscurantista del clima social y
político dominante pueden conducir, en algún caso, a posiciones de
ingenuo radicalismo, algo contradictorio, incluso, con el uso libre del
método intuitivo. Pero, finalmente, la vida misma es siempre lo
suficientemente ambigua y se encarga de dejarnos bien claro que no
podemos desprendernos fácilmente de nuestras mismas contradicciones.
Podríamos encontrar algo de esto en cierta decantación racionalista que
quizás no dejaba espacio a las formas no dogmáticas de espiritualidad,
o en el uso exclusivo de la lengua castellana, tan característico de un
supuesto cosmopolitismo universalista que compartían algunos sectores
del movimiento obrero y del pensamiento libertario. Ferrer aducía
siempre que se cuestionaba la exclusividad del castellano ante el
catalán como vehículo de enseñanza que, de haber podido, se hubiera
utilizado el esperanto.

Los libros publicados por la editorial de la Escuela son
fundamentalmente creativos y dinámicos, vivos y provocadores, y de
probado rigor científico, por otra parte. Tan sólo se precisaría citar,
entre otros, los de Odón de Buen, Elisée Reclus, J.F. Elslander (otro referente de la renovación pedagógica), M. Petit, P. Kropotkin, o la misma Clémence Jacquinet, antigua alumna de Ferrer y profesora de la Escuela.

El proyecto de Ferrer tiene el decidido apoyo de algunas personas
con las que le une la relación personal, como la profesora antes
aludida, y de los sectores humanamente e ideológicamente más cercanos a
los objetivos y a los métodos de la Escuela Moderna. No es extraño,
entonces, que en su Junta promotora nos encontremos con personas como Cristóbal Litrán, que sería secretario personal de Ferrer, Roger Columbié, dirigente del Centro Republicano Histórico de Barcelona, Anselmo Lorenzo,
pedagogo activo, director de publicaciones de la Editorial de la
Escuela y destacado representante de la corriente libertaria del
movimiento obrero, y Eudald Canibell,
con quien esta misma corriente libertaria entronca con el catalanismo
federalista y figura eminente del mundo asociativo barcelonés (es
fundador, por ejemplo, del Centre Excursionista de Catalunya y del
Instituto Catalán de las Artes del Libro, entre otras entidades). Todos
ellos, además, fraternalmente vinculados con el promotor de la Escuela
Moderna a causa de su pertenencia a la francmasonería, en la cual
Ferrer Guardia se había iniciado en 1883.

Los lamentables acontecimientos de 1906 -atentado contra Alfonso
XIII- en que se ve involucrado un bibliotecario de la Escuela,
conllevarán la clausura del centro. Ferrer Guardia, encarcelado y
absuelto posteriormente, no abandonará, no obstante, su ideal
pedagógico y será elegido presidente del Comité directivo de la Liga Internacional para la Educación Racional de la Infancia,
organismo de promoción de las dinámicas educativas inspiradas en la
Escuela Moderna. Son remarcables sus órganos de prensa, las revistas
L’Ecole Renovée, publicada en Bruselas y Amsterdam y Scuola Laica, en
Roma.

La huella de la Escuela y del proyecto ferreriano arraigará, además,
en diversas escuelas laicas y racionalistas que irán surgiendo por el
resto de Cataluña -Poble Sec, Sabadell, Vilanova, Badalona…-, el
resto de España e incluso América Latina.

La muerte injusta de Ferrer Guardia como consecuencia de los hechos
de la Semana Trágica de 1909, en los cuales el fundador de la Escuela
Moderna no tenía ningún tipo de responsabilidad, no rompe la influencia
que el proyecto tiene en el mundo de la renovación pedagógica a lo
largo del primer tercio del siglo XX y que llega hasta la II República.

En la actualidad, en un tiempo marcado por la necesidad de generar
actitudes de apertura intelectual y de razonamiento crítico que nos
capaciten para cribar la información sin manipulaciones, y de responder
a los retos suscitados por la transformación tecnológica y social que
nos conduce hacia la denominada era de la comunicación, es
imprescindible saber colocar los procesos de acceso y de transmisión
del conocimiento al servicio del progreso ético de la humanidad. Una
formación de este tipo, que no termina nunca, es la que puede
proporcionar una enseñanza laica y racionalista, constituida en una de
las herramientas imprescindibles para construir una sociedad de hombres
y mujeres no mediatizados y capaces de dirigir sus propios destinos, es
decir, de labrar su libertad y su felicidad.

El proyecto esencial de la Escuela Moderna tiene, en este sentido, fuerza y vigor.

El conjunto de sus propósitos esenciales pueden verse perfectamente
reflejados en lo que publicaba Anselmo Lorenzo en la revista
barcelonesa Natura, en octubre de 1903:

“…Dirigirse, con la abnegación del apóstol y la pasión del
revolucionario, a la enseñanza integral que ofrezca a la infantil
inteligencia y a la del adulto preocupado o analfabeto la verdad
conocida en toda su espléndida y sencilla majestad, como se presenta en
la naturaleza, de la cual es fidelísima representación, es obra
eminentemente salvadora; es estirilizar de raíz la semilla de la
desigualdad y sentar como fundamento inconmovible la justicia en las
relaciones humanas. Esa es una laudable intención”.