«Un pequeño ahorrador suscribe un “inocente” plan de ahorro con una
entidad bancaria: la cartera del fondo de inversiones cuyas
participaciones está comprando resulta incluir acciones de empresas
eléctricas propietarias de centrales nucleares o de empresas
fabricantes de armamento, con lo que nuestro pequeño ahorrador, sin
comerlo ni beberlo, se encuentra involucrado en la militarización y
nuclearización del mundo.

Un enamorado decide comprarle una alfombra hindú artesana a su
amante: no sabe que el hermoso y barato objeto ha sido tejido por
alguno de los aproximadamente cien mil niños que trabajan en las
fábricas de alfombras hindúes en régimen de servidumbre; sus dedos
ágiles y aguda vista, así como su capacidad de resistir horas y horas
sentados en la misma postura, los hace muy rentables en esta ocupación.

Una chica adquiere un frasco de perfume francés: ello supone
colaborar involuntariamente con la multinacional que en Egipto emplea
por un pago irrisorio a miles de menores en la recolección nocturna de
la flor del jazmín. Un aficionado a las buenas ensaladas compra en el
supermercado tres latas de un atún en aceite muy barato: ignora que las
artes de pesca empleadas para capturar el sabroso animal prenden al
mismo tiempo a muchos delfines que perecen vanamente en la misma pesca.
Con su compra, está contribuyendo a la extinción absolutamente gratuita
del mamífero quizá más inteligente después del ser humano.

Ninguno de estos ejemplos es inventado. Pertenecen a nuestra
cotidianidad en las sociedades ricas de finales del siglo XX. Para que
nosotros podamos ser “postindustriales” en el Norte, la mayoría tiene
que seguir sometida a relaciones “industrial-esclavistas” en el Sur, o
ni siquiera eso, porque en la época de la mundialización del
capitalismo y el desempleo estructural creciente incluso ser explotado
se convierte en un privilegio.»

La inconsistencia entre valores (o actitudes) y comportamiento

«En otro estudio demoscópico realizado por profesores de la
Universidad Autónoma de Madrid (del que se da cuenta en EL PAÍS,
24.10.95), las contradicciones entre el ambientalismo “de boquilla” y
los comportamientos antiecológicos afloran clamorosamente. Aunque el
63’9% de los consultados piensa que utilizar el coche habitualmente
deteriora el medio ambiente, sólo un 13’2% viaja siempre en transporte
público, y el 34% utiliza habitualmente el automóvil privado. Mientras
que la gran mayoría –el 73’3%– afirma que es necesario reducir el
consumo doméstico de energía, sólo el 25% compra bombillas de bajo
consumo y el 23% se preocupa por los electrodomésticos energéticamente
eficientes. Aunque el 85% no está de acuerdo con que se utilice
libremente la naturaleza, sólo la cuarta parte declara mantener una
conducta ecológicamente responsable…

Una exploración inteligente, y empíricamente bien fundamentada, de las
inconsistencias entre actitudes y comportamiento en lo que hace a los
problemas ecológicos se hallará en Uusitalo 1990. Los estudios clásicos
sobre esta inconsistencia entre comportamiento verbal y comportamiento
real tienen ya más de medio siglo: los realizaron Richard T. LaPiere y
Stephen M. Corey en los años treinta. En uno de sus experimentos
sociopsicológicos, por ejemplo, LaPiere viajó en coche con una pareja
de chinos por todo EEUU, pernoctando en múltiples hoteles y moteles sin
que –salvo una excepción– tuviesen problemas. Después envió a los
mismos establecimientos cartas preguntando si aceptarían clientes
chinos, a lo que la mayoría de los hoteleros contestaron negativamente.

En otro experimento, los psicólogos sociales Doob y Gross bloquearon el
tráfico con dos coches (un modelo nuevo de lujo, símbolo de estatus
social alto; y un cacharro barato y muy viejo, típico de gentes con
bajo estatus) en el momento en que las luces del semáforo cambiaban de
rojo a verde. Los conductores bloqueados prorrumpieron a bocinazos
contra el coche viejo antes y durante más tiempo que con el coche
nuevo. Sin embargo, interrogado un grupo de control sobre su reacción
en una situación semejante, la mayoría predijo que su reacción iba a
ser justamente la contraria: que iban a pitar antes y más intensamente
al coche de lujo (Harms 1990, 133). Así nos desconocemos a nosotros
mismos… (también, sobre esta cuestión, Aronson 1990, 58-65).

Este tipo de experimentos muestran que no puede suponerse ninguna
relación mecánica entre discurso y conducta real, lo cual –dicho sea
de paso– relativiza el valor de las encuestas de opinión para
investigar los verdaderos valores de las personas (y no digamos para
intentar predecir su conducta en situaciones reales).»

El valor de los buenos ejemplos

«Retengamos esto: en situaciones de incertidumbre tendemos a hacer como
los demás. De ahí el poder de los buenos ejemplos, tanto para reforzar
la posibilidad de disentir frente a la mayoría como para estimular
actitudes y conductas deseables. Este poder va mucho más allá de lo que
supone habitualmente el sentido común no ilustrado por la psicología
social experimental. Las minorías conscientes habrían de proponerse
indesmayablemente ser ejemplares, y no dejarse arredrar por las
consabidas observaciones de “lo que hacéis tiene sólo un valor
testimonial”: precisamente las actitudes y conductas “testimoniales” en
el buen sentido de la palabra tienen una eficacia enorme para el cambio
social (según demostraron fehacientemente los experimentos mencionados).»

Estos fragmentos pertenecen al libro Todo tiene un límite. Sociología y medio ambiente,
de Jorge Riechmann (Madrid 1962), escrito en colaboración con Joaquim
Sempere y Antonio Izquierdo Escribano. Editorial Síntesis, 1999. El
capítulo al que pertenecen estos fragmentos (Inconsistencias, disonancias y bloqueos: atisbos sociopsicológicos sobre la crisis ecológica) se encuentra en el web del Ministerio de Medio Ambiente (MMA).