El sobrevalorado* mundo de la publicidad ha encontrado una novedosa
excusa para crear otro Festival de autobombo: la Infancia. Lo han llamado El Chupete y dice Jesús Martín Sanz, director de la AMPE (Asociación de Medios Publicitarios de España),
que «ha llenado un vacío». Según reza en el web del Festival, lo que
pretenden es dar un reconocimiento profesional para todos aquellos
anunciantes, agencias de publicidad y productoras, que se dedican a
hacer trabajos creativos con valores, dirigidos al público infantil y
que se emiten en España.
Lo estrenaron la semana pasada en Valencia.
Participaron 180 spots y 60 agencias, y repartieron Chupetes que es
algo así como los Óscar o los Goyas entre los mejores. El Festival fue
presentado por el conseller de Relaciones Institucionales y
Comunicación, Esteban González Pons, que, refiriéndose a los anuncios publicitarios, dijo que «la responsabilidad
de sus creadores es comparable a la de los fabricantes de chupetes», y
que deben cumplir, igualmente, criterios de seguridad, para que los niños
no se «atraganten» con la publicidad». El Gran Premio de Cine y
Televisión lo ganó el anuncio de Ausonia de los bebés cowboys (en la
foto), de la agencia FCB/TAPSA.
(*) Si me pongo a hacer valoraciones tan tajantes es porque viví un
poco ese mundillo de la publicidad, aunque no desde dentro de una
agencia sino desde otra zona (la fotografía publicitaria) que me
permitía observar desde lejos ese mar de corbatas de colores, sueldos
de vértigo, despachos acristalados, directores creativos infumables, y
montajes millonarios que se evaporaban tras un clic de la cámara.
Y, sí, aunque en este país hay muy buenos profesionales, creo que el
mundo de la publicidad está sobrevalorado, sobre todo económicamente.
Se mueven cantidades apabullantes de dinero en cada spot,
que dura un suspiro o que ocupa una página. Contratar a la agencia más
renombrada y al fotógrafo más conocido es muy muy caro, y no porque
sean siempre los que mejor lo hacen, sino porque son los que mejor se
han vendido a sí mismos.
Y después está ese mundo paralelo con cientos
de personajes estrambóticos y mediocres que aspiran a ser los
estilistas de moda, pero que lo único que consiguen es malvivir con
trabajos esporádicos. O los castings
de las modelos, que desfilan diariamente como ganado por los estudios a
petición del fotógrafo, esperando lograr un papel que engrose su book y su caché. O los padres que someten a sus niños a largas horas de espera en los castings para ver si su hijito les gana unos cientos de euros y, de paso, sale en la tele.
Y todo por dinero, y más dinero.
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