El cole está a punto de empezar y todavía no sabemos dónde vamos a
vivir este año. El motivo tiene mucho que ver con la informalidad de
algunas inmobiliarias y también con la poca oferta de viviendas alegres
que hay en esta zona. A este paso, no descartamos empezar el curso
viviendo en un hotel. Pero tanta búsqueda nos ha servido
para hacer un poco de antropología cultural, que siempre es
interesante. Hemos conocido distintos tipos humanos que viven dentro y
fuera de la ciudad. A destacar es el nuevo grupo de gente joven que
vive al estilo “casi perfectos“.
Cerca de la escuela, en medio de lo que hace unos años era un
desierto, hay ahora construcciones masivas de adosados y de bloques de
pisos a los que no les falta casi de nada: tienen piscina, club social,
guardería, pistas de tenis y pádel, golf, gimnasio, … Pero son
viviendas feas, lejos de cualquier oferta cultural y donde uno debe
sentirse demasiado cerca de los vecinos. Están agrupadas formando
pequeñas comunidades, con algunas zonas verdes y columpios para los más
pequeños, y con un jardinero que trata de mantener el césped sin
calvas, sin mucho éxito.
La semana pasada conocimos a una pareja que pretendía alquilarnos un
triste piso con vistas a los bloques vecinos. Eran propietarios por lo
menos de dos de esas viviendas nuevas, un piso y un adosado. Como
muchos otros que compraron hace años sobre plano, ahora van a hacer el agosto alquilando la vivienda por una mensualidad desbocada.
El piso en cuestión ni siquiera se ha estrenado. Se lo
entregaron el seis de agosto. Ellos viven en el adosado, muy cerca,
porque ella tiene la necesidad vital de mantener un huerto ecológico
en su jardín. Si no fuera por eso, se habrían quedado en el piso nuevo,
que les gusta mucho más, según repetían sin parar. Ambos trabajan y
cuando tienen algo de tiempo libre acuden juntos a un curso de baile
latino. Ella toma clases también de danza del vientre, de tai-chi,… y
de todo lo que puede.
Me decían que a la vecina ciudad no merece la pena ir.
Decían que ellos tienen todo lo que necesitan mercerías,
supermercados,…. «¿Qué podrías echar de menos aquí?», me preguntó
ella. «No sé,
¿una librería, por ejempo? ¿Un cine?», contesté. Me sugirió que
fuésemos a los cines del centro comercial. Y añadió que, además, «en la
ciudad hay
muchos moros» que lo han invadido todo y que van intimidando a la
gente para echarla del centro y hacerse los amos. El marido nos
los describió exactamente así: «Son personas que viven
todo el tiempo en cuclillas y por eso tienen que estar en zonas oscuras
y húmedas llenas de cucharachas».
La joven pareja sonreía satisfecha y feliz con su comunidad artificial “libre de moros”.
«¿Tenéis niños?», les pregunté.
«¡¡No!!», contestaron riendo. «Con todas las cosas que hacemos,
¿cómo vamos a tener niños? Sólo si se pudiesen apagar con un mando a
distancia los tendríamos».
Cuando nos despedimos, se disponían a colgar los accesorios de los baños que acababan de
traer del Leroy, «para que los inquilinos nuevos no les pongan unos
que a ella no le gusten».
No solo se tragan la visión irreal y banal de este tipo de series, sino que además las toman como modelo para su vida. Mal vamos.