Una vez le comenté a una pediatra que a Ana le costaba dormirse. Sin
mediar palabra, sacó un papel para extender recetas y apuntó Duérmete niño, el famoso libro de Eduard Estivill,
como si se tratase de la Apiretal. El método que propone este neurólogo se basa en dejar
llorar al niño hasta que se canse y se resigne a quedarse solo, aunque,
para no ser tan brusco, ocupa varias decenas de páginas para decir
cómo hacerlo poco a poco. El libro ha
tenido un éxito arrollador y se puede encontrar hasta en
pueblos donde no hay ni una sola librería.

Un grupo de personas han elaborado la Declaración Sobre el Llanto de los Bebés,
que pretende hacer de contrapeso. Al margen de ciertos ramalazos
holísticos, que siempre echan a perder estas iniciativas (sugieren que
parir sin epidural es lo más recomendable, por ejemplo), y de la falta de
referencias científicas claras (como también ocurre en el libro de
Estivill), el texto destila más sentido común que el del rico neurólogo.
Aquí hay un fragmento:

«Varios científicos
estadounidenses y canadiense (biólogos, neurólogos, psiquiatras, etc.),
en la década de los noventa, realizaron diferentes investigaciones de
gran importancia en relación a la etapa primal de la vida humana;
demostraron que el roce piel con piel, cuerpo a cuerpo, del bebé con su
madre y demás allegados, produce unos moduladores químicos necesarios
para la formación de las neuronas y del sistema inmunológico; en fin,
que la carencia de afecto corporal trastorna el desarrollo normal de
las criaturas humanas. Por eso los bebés, cuando se les deja dormir
sol@s en sus cunas, lloran reclamando lo que su naturaleza sabe que les
pertenece.

En Occidente se ha
creado en los últimos 50 años una cultura y unos hábitos, impulsados
por las multinacionales del sector, que elimina este cuerpo a cuerpo de
la madre con la criatura y deshumaniza la crianza: al sustituir la piel
por el plástico y la leche humana por la leche artificial, se separa
más y más a la criatura de su madre. Incluso se han fabricado modelos
de walkyes talkys especiales para escuchar al bebé desde habitaciones
alejadas de la suya. El desarrollo industrial y tecnológico no se ha
puesto al servicio de las pequeñas criaturas humanas, llegando la
robotización de las funciones maternas a extremos insospechados.

(…)

Deberíamos sentir un
profundo respeto y reconocimiento hacia el llanto de los bebés, y
pensar humildemente que no lloran porque sí, o mucho menos, porque son
malos. Ellas y ellos nos enseñan lo que estamos haciendo mal.»

La Asociación Primal es otra iniciativa contra la epidemia-Estivill. Dicen en su web:

«Con el método
Estivill (que es una copia más o menos sofisticada de los métodos de
crianza conductistas tipo Feber – métodos inspirados en dicho autor),
el bebé no se duerme, sino que se adormece para intentar reprimir la
catastrófica realidad de estar bajo el cuidado de unos padres tan poco
sensibles a sus necesidades básicas; y se adormece también para
intentar evitar “perder el sueño” y perder la esperanza de que algún
día sus necesidades primarias vayan a ser satisfechas.

(…)

El Dr. Estivill muestra claramente su “miopía emocional” con frases como estas, extraídas del capítulo 4º de su libro:

“…no dudéis que vuestro “corazoncito” flaqueará cuando oigáis llorar a vuestro hijo…”

“…lo más probable es que en ese momento esté llorando a moco tendido… Ni caso. Seguid hablando como si nada…”

“…Es ahora cuando
papá y mamá han de mostrar su verdadera fortaleza. No deberán pensar en
Juanito, que alza sus bracitos con cara de morirse de pena…”

“…lo lógico es que
llore, grite, vomite, patalee, diga “sed”, “hambre”, “pupa”, “no te
quiero”… lo que sea con tal de conseguir que os dobleguéis, pero ni
os inmutéis … Y si os cuesta mucho, pensad que lo estáis haciendo por
su salud y la de toda la familia…”

”…porque es Juanito quien se ha de adaptar a vosotros y no vosotros a él…”»

Ayer vi a una madre en el Carrefour que seguramente se había
aprendido
el método Estivill y lo aplicaba las 24 horas del día. Llevaba una niña
y
un niño de pie dentro del carro de la compra llorando a todo pulmón y
gritando «Mami! Mami! Mami!» con los dos brazos extendidos hacia ella.
Era un auténtico escándalo. Todo el mundo la miraba. Pero la madre no
parecía oírles. Avanzaba
impasible, como la malvada bruja de Blancanieves, empujando del carro
como si los llevase hacia el infierno. Deberían de retirarle el carnet
de padres a muchas personas.