Maria del Mar, una de las dos maestras de Ana, tiene
ya nietos. Posee una gran experiencia como profesora de infantil, una enorme paciencia y un gran
sentido del humor. A veces, cuando voy a buscar a Ana, le escucho alguna anécdota de los niños. A veces es un recuerdo
nostálgico de alumnos que ya están en primaria pero que pasaron por su clase.

Hay un niño, Pedro, que siempre llega a clase con «un secretario»
(su hermano, tan sólo un par de años mayor) que le pone y le quita la
chaqueta con gran seriedad, como si fuese su mayordomo. En el comedor,
no quiere comer solo y se queja siempre de la comida. Se le suele oír
de fondo gritanto con tono lastimero: «¡Que alguien me ayude a comerme
las lenteeeejas!». Lo malo es que cuando Pedro dice que no le gusta
la comida, contagia a todos sus compañeros de mesa.

Una niña le contó un día que habían pasado (ella y sus padres) toda
la noche en la comisaría. La historia seguía y seguía con detalles
truculentos, hasta que empezaron también a aparecer unos dragones en el
relato.

He visto que algunas niñas de primaria pasan por el pasillo de
infantil para ver a Maria del Mar y darle un abrazo. Y si no se lo dan,
es ella la que se los “roba”.

El otro día le pregunté si no se aburría al salir de allí y enfrentarse al mundo de los
adultos. Me dijo: «Ay, sí, la verdad es que los niños lo ven todo tan sencillo y
encuentran soluciones tan fáciles y lógicas para todo… Si pensáramos como
ellos, todo sería más sencillo, pero ¡nos complicamos la vida de una
manera…! Yo a veces hablo con algunos padres y pienso: ¡Qué distorsionado ven
el mundo algunos!».