Esta mañana, me he encontrado unos papeles escritos a mano junto a
un contenedor de basura. Era una redacción de colegio en la que una
niña contaba las experiencias más importantes de su vida. En total, son
seis folios grapados. Están corregidos con bolígrafo rojo y con mucha
benevolencia. Incluye fotos de la primera comunión (en 1984), del
Carnaval, de ballet y de algunas representaciones de teatro del cole.
La escuela es el tema que ocupa casi todo el espacio, aunque la
descripción de sus maestros es sorprendentemente breve: «Elena fue
buena y nos enseñaba muchas cosas». «Pepa era mucho más fuerte que
ninguna y suspendí mi primer control de mates». «Doña Bienve nos enseñó
a bordar a las chicas y a hacer tapices a los chicos».
Sin embargo, cuando habla de su profesor Enrique, de quinto, cambia
el tono: «Fue uno de los mejores años en el colegio. Cuando fue su
cumpleaños, nos invitó a todos a tomar el almuerzo allí en el colegio y
estuvimos bailando y haciendo de todo. Enrique era un buen profesor ya
que nos trataba a todos como si fuera él un nuevo amigo como
nosotros»…
«En junio, cuando cumplí trece años, me examiné de tercero de ballet
y suspendí. Este día fue el día que más lloré de toda mi vida, aparte
de la muerte de mi abuela. Pero en septiembre volví a examinarme y
aprobé tercero.»
Después, la enviaron a un colegio en la ciudad: «Sólo
estuve cuatro días porque como no me gustaba vivir sola no pude
aguantar estar allí y el viernes ya entré otra vez al mismo colegio de
siempre».
Del octavo curso año en el que escribió la redacción sólo destaca que su
maestro era un tal don José que llevaba en la escuela toda la vida, y que hicieron una excursión
al monte para plantar árboles. Su última frase es: «Cada dos de
nosotros plantamos un pino y dos bellotas. Después nos bajamos y nos
fuimos al colegio a esperar a los demás».
Esta niña debe tener ahora unos 28 años. Me pregunto si siguió con
el ballet, si todavía sigue en ese pueblo, quién habrá tirado sus
recuerdos a la basura, …
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