Estos días hemos estado viendo títeres. La gran decepción ha sido
comprobar, una y otra vez, que los guiones deben ser iguales que los
que se usaban en la Edad Media. Estaban todos los estereotipos. La
mujer
es una indefensa y débil
criatura y el garrotazo es la herramienta habitual para conseguir lo
que sea. El Bien siempre representado por un muñeco bastante tonto
trata de defenderse del Mal un muñeco feo que pega mucho, y ambos
quieren conquistar a la chica, que está aturdida con tanto
pretendiente.
Entre línea y línea, tampoco ahorran en comentarios despectivos
hacia los defectos físicos (“¡Qué horrible, parece un enano!”, decía
una princesa sobre su enamorado, que había encogido). El colmo fue
cuando, en una de las representaciones, apareció (gratuitamente) la
figura de la muerte, tétrica, con guadaña, y con un sonido de fondo que
ponía el pelo de punta. Varios niños rompieron a llorar, y Ana ha
tenido pesadillas desde entonces.
Los mejores fueron unos titiriteros de la República Checa, pero
tenían tantas dificultades con el idioma que la Blancanieves quedó
bastante “forzada”. «Hemos aprendido de memoria lo que estamos
diciendo», comentaba uno de ellos. «Y no tenemos ni idea de qué es lo
que decimos».
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