¿Por qué no hacen casas de muñecas modernas? Los niños aprenderían a saber cómo organizar un loft o cómo apañárselas para vivir en 25 metros cuadrados. Podrían incluir muebles de juguete desmontados y muchos aparatos electrónicos, cada uno con su cable.

¿Cuáles son las mejores pistas de que una escuela privada es realmente buena? ¿Las instalaciones? ¿El edificio? ¿La localización? ¿Lo que has oído o leído de ella en un foro? ¿Su aparición en la lista de los mejores colegios publicada por algún periódico? ¿Las “cinco estrellas”? ¿El precio? Nada de eso: la calidad humana (del profesorado y de la dirección) y el ambiente general del colegio, dentro y fuera de las aulas (el entusiasmo de los alumnos, la actividad, la entrega, …). Ambas cosas, por cierto, suelen ir unidas. Chris Woodhead y Katy Ricks explican lo que es importante en una escuela (en inglés).

«My little Friend Grildrig, you have made a most admirable Panegyric upon your Country: You have clearly proved that Ignorance, Idleness, and Vice may be sometimes the only Ingredients for qualifying a Legislator: That Laws are best explained, interpreted, and applied by those whose Interest and Abilities lie in perverting, confounding, and eluding them. I observe among you some Lines of an Institution, which in its Original might have been tolerable, but these half erazed, and the rest wholly blurred and blotted by Corruptions. (…) But by what I have gathered from your own Relation, and the Answers I have with much Pain wringed and extorted from you, I cannot but conclude the Bulk of your Natives to be the most pernicious Race of little odious Vermin that Nature ever suffered to crawl upon the Surface of the Earth.»

Gulliver’s Travels (1726)

Estos días, hasta el 1 de junio, se celebra el World Science Festival en la ciudad de Nueva York. Desde una playa en Queens hasta el Museo Guggenheim en Manhattan serán escenarios para lecturas, debates y aventuras relacionadas con el mundo de la ciencia. Hay actividades interesantes para toda la familia. Quizás ahora es un poco tarde para incorporarlo a la agenda, pero merece la pena tenerlo en cuenta para el año que viene.

Escuchar a Oliver Sacks o ver a Alan Alda interpretando al premio Nobel Richard Feynman no es algo que uno pueda hacer todos los días. Aquí está el programa de actividades, para abrir boca.

La clausura de este blog fue sólo temporal. Continuamos.

Ayer vimos otra vez la magnífica película Matar a un ruiseñor (To kill a mockingbird, 1962). Entre los protagonistas, hay dos niños de seis y diez años. Son hijos de Atticus Finch, un abogado de un pueblo de Alabama. Atticus es un hombre culto, pacífico y muy honesto que enseña a sus hijos a ser personas juiciosas, tolerantes y de mente abierta y, sobre todo, a ponerse en la piel de los demás antes de juzgar.

“If you just learn a single trick, Scout, you’ll get along a lot better with all kinds of folks. You never really understand a person until you consider things from his point of view, until you climb inside of his skin and walk around in it”

La pequeña es una niña de seis años, Scout, que todavía no ha ido al colegio, pero sabe leer. Tiene la costumbre de leer con su padre antes de dormir, cada noche. Están en plena depresión, hay mucha pobreza a su alrededor y mucha ignorancia entre los vecinos. Muchos no saben leer ni escribir o lo hacen con dificultad. Pero, en su primer día de colegio, la maestra le dice a Scout que la forma en la que su padre le ha enseñado a leer es errónea.

Es solo una frase en medio de una historia larga que nada tiene que ver con colegios, y que está repleta de mensajes educativos de otra índole, pero es un buen guiño a lo que ocurría entonces y sigue ocurriendo ahora, medio siglo después. Creo que los profesores tienen la extraña necesidad de decir que lo que hacen los padres nunca está bien, sea lo que sea, y de proclamar que lo que ellos hacen sí lo está, aunque sea parecido a un delito.

Ayer fuimos a ver un colegio nuevo. Me lo pidió una madre que dice que mi visión de Rayos X le interesa mucho. Quería que yo lo viera y le diera mi opinión. Dice que le preocupa mucho la educación y el bienestar de sus hijos y que es capaz de lo que sea para que ellos estén bien. Del colegio no voy a hablar, pero sí de esa madre y de ese padre.

En el trayecto en coche a la escuela, que está a unos 45 minutos de la ciudad, íbamos detrás de ellos. Llevaban a su niño de dos años y medio sin silla reglamentaria ni cinturón, de pie entre los dos asientos delanteros o moviéndose por donde quería, como lo hace cualquier niño de esa edad. Nos habían confesado más de una vez que sus hijos nunca llevan cinturón, incluso en viajes largos internacionales, y lo cuentan como si fuera algo muy divertido. A mí, sólo por eso, no me apetece tener mucho trato con ellos.

Fue un viaje angustioso. No paraba de pensar que si daban un frenazo brusco, el niño podía salir despedido como un proyectil atravesando el parabrisas delantero y aterrizando a 100 metros de distancia. Y entonces a esa mujer ya no le haría falta pensar más en la educación de sus hijos y en lo mucho que se sacrifica por ellos.

Conocí a una mujer que perdió así a su bebé. Tardó en comprender que no merece la pena el riesgo. La sonrisa se le borró para siempre. Desde entonces, me acuerdo de la expresión de su cara cada vez que veo un niño sin cinturón.

Esta conferencia de Sir Ken Robinson es extraordinaria y debería ser obligatoria, como mínimo, para todos los que se dedican a la educación. Se titula: “Do schools today kill creativity?”

“Nuestros sistemas educativos están basados en que equivocarse es lo peor que puedes hacer”, dice Robinson. Pero los niños no tienen miedo de equivocarse, como lo tienen los adultos. Y si uno no está preparado para equivocarse , nunca pensará nada creativo.

Ken Robinson cuenta la historia de una niña de seis años que estaba dibujando. Le preguntaron:

—¿Qué dibujas?

—A Dios.

—Nadie sabe qué aspecto tiene.

—Dentro de un par de minutos lo sabrán.

Este blog queda clausurado.

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Cuando yo era adolescente, era ska, aunque no conseguí conocer ni a una sola persona que supiera qué era eso, muy a mi pesar.

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