Ayer vimos otra vez la magnífica película Matar a un ruiseñor (To kill a mockingbird, 1962). Entre los protagonistas, hay dos niños de seis y diez años. Son hijos de Atticus Finch, un abogado de un pueblo de Alabama. Atticus es un hombre culto, pacífico y muy honesto que enseña a sus hijos a ser personas juiciosas, tolerantes y de mente abierta y, sobre todo, a ponerse en la piel de los demás antes de juzgar.
“If you just learn a single trick, Scout, you’ll get along a lot better with all kinds of folks. You never really understand a person until you consider things from his point of view, until you climb inside of his skin and walk around in it”
La pequeña es una niña de seis años, Scout, que todavía no ha ido al colegio, pero sabe leer. Tiene la costumbre de leer con su padre antes de dormir, cada noche. Están en plena depresión, hay mucha pobreza a su alrededor y mucha ignorancia entre los vecinos. Muchos no saben leer ni escribir o lo hacen con dificultad. Pero, en su primer día de colegio, la maestra le dice a Scout que la forma en la que su padre le ha enseñado a leer es errónea.
Es solo una frase en medio de una historia larga que nada tiene que ver con colegios, y que está repleta de mensajes educativos de otra índole, pero es un buen guiño a lo que ocurría entonces y sigue ocurriendo ahora, medio siglo después. Creo que los profesores tienen la extraña necesidad de decir que lo que hacen los padres nunca está bien, sea lo que sea, y de proclamar que lo que ellos hacen sí lo está, aunque sea parecido a un delito.