Durante 200 años, se realizaron más de 4.000 castraciones anuales en
Italia a niños de entre 7 y 9 años. El objetivo era preservar el tono
alto y claro de la voz infantil mientras se adquiría la fuerza vocal de
un hombre y la técnica de un cantante adulto. Se les llamaba castrati, o, de forma más educada, musici o evirati.
Muy pocos lograron la fama y fortuna que perseguían sus padres con la
operación y ninguno igualó al gran Farinelli (en la imagen). Ocurrió en los siglos XVII y XVIII. Kindsein
hace un extenso análisis de estos grandes olvidados de la Historia de
la Música, con motivo de la exposición "Handel y los castrati" que se
inaugurará esta semana en Londres.
¿Cómo sonaba su voz?
Nadie puede saberlo. Existen unas grabaciones muy antiguas (de 1902) del último castrato de la Capilla Sixtina, Alessandro Moreschi. Fue soprano en el coro desde 1883 hasta 1913, pero está lejos de considerarse un buen ejemplo. Además, ni estaba en su mejor momento, ni la grabación es buena. La voz suena temblona, escalofriante y sobrenatural. (abajo, una foto de Moreschi, de joven)
Alessandro Moreschi cantando Crucifixus, de Rossini.
Básicamente, lo único que ha llegado hasta nosotros de los grandes castrati fue la música que se escribió para ellos y las descripciones que se hicieron de sus actuaciones.
Los más famosos se especializaron en cantar arias que se escribieron para explotar sus dotes particulares. Las llamaban arias portmanteau (arias de maleta) porque las llevaban consigo allá donde fueran y las insertaban en la ópera, tanto si encajaba como si no, para provocar el deleite de su audiencia.
Lydia Melford describió así el canto de Giusto Tenducci, un castrato italiano amigo de Mozart:
«Oí al famoso Tenducci, de Italia —tiene todo el aspecto de un hombre pero dicen que no lo es. La voz no es ni de hombre ni de mujer sino más melodiosa que cualquiera de los dos; y trinaba tan divinamente que mientras lo escuchaba creí hallarme en el paraíso»